El 7 de marzo de 2017 se llevó a cabo la segunda jornada de protesta masiva en reclamo de apertura de paritarias, el cese de los despidos, y un cambio en el rumbo económico.
Con una CGT que no estuvo a la altura de las circunstancias, que decepcionó a los más de 500.000 trabajadores que se movilizaron de todo el país para decir BASTA, se desaprovechó una oportunidad histórica.
Acostumbrados a una lógica política, quizás tradicional, el movimiento obrero, el conjunto de los trabajadores, no logra entender la posición tomada por el triunvirato, de no anunciar lo que debía anunciar: la fecha del paro general.
En la movilización del día anterior, donde marcharon 50.000 docentes Acuña pre- anunció que el paro ya estaba acordado.
Sin embargo, no se anunció una fecha determinada con lo que el descontento social se profundizó. Es difícil comprender la actitud de la cúpula de la CGT. Abundan las dudas y escasean las respuestas.
¿Tanta presión recibieron para no escuchar el reclamo de los trabajadores? ¿Prefieren el repudio de las bases? Al finalizar, adelantando su discurso, los dirigentes se fueron custodiados e insultados, como pocas veces se vio, mientras la multitud coreaba “se va a acabar la burocracia sindical”.
La coyuntura política y social los desbordó. Demostraron tener un importante poder de convocatoria pero una nula representatividad. Los trabajadores no sólo manifestaron su descontento hacia el gobierno sino que se extiende a otros ámbitos de poder.
En la jornada de ayer un pueblo dejó en claro que a pesar de la dificultad de auto convocarse, una vez que se une hace temblar a más de uno. Quedó grabado que el enojo es grande, que para muchos es peligroso y que aún tiene la dignidad necesaria para hacerse escuchar.
No se puede seguir subestimando a la gente y dar por descontado que todavía hay cuerda que tirar. La impunidad con la que se han manejado a lo largo del tiempo, parece cegarlos y no son capaces de tomar debida nota de los reclamos que ellos mismos no supieron canalizar.
Les faltó espalda para contener semejante demostración de unidad. Unidad de la que carecen. Se encontraron en el medio de intereses cruzados, la tensión y presión con el gobierno, sumada la presión de las bases.
La tarde del 7 de marzo fue un punto de inflexión que seguramente mostrará sus consecuencias reales, hay que dejar que el tablero se acomode nuevamente. Un punto sin retorno, tanto para el gobierno como para la dirigencia sindical. Ambos responsables de la crisis social actual.
Por más que se exija un cambio de rumbo en la política económica, que se recomponga el poder adquisitivo, se dejó avanzar por sobre muchos derechos adquiridos. Es harto sabido que por una manifestación no hay rumbo que cambie, salvo que vaya acompañado de una medida de fuerza más contundente, medida ampliamente esperada, que sería exitosa a pesar del miedo que infundieron.
Han demostrado que el pueblo en la calle molesta al gobierno ya que a pesar de las presiones, la calle se gana, que la CGT ya no contiene ni representa a una masa trabajadora ahogada y castigada
El punto de no retorno marcado ayer, fortaleció a los trabajadores y dejó expuestos a recibir todas las críticas, al gobierno y a los dirigentes sindicales que no responden a los intereses de los que deben representar.
El anuncio de paro general, hubiera marcado el punto de partida de un plan de lucha q ponga freno a esta política de hambre y exclusión. El plan de lucha se llevará a cabo pero claramente sin estos dirigentes gremiales, que nos recuerdan a los que encabezaron los momentos más oscuros de la diligencia obrera encabezadas por el “lobo” Vandor o Lorenzo Miguel.
El Ejecutivo debió haber tomado nota de la manifestación de ayer; no hubo fecha de paro, pero el pueblo está en la calle, encabezado por los trabajadores, último obstáculo que debe sortear el gobierno para terminar de profundizar el ajuste. En todo proceso neoliberal, la clase obrera organizada es su máximo escollo, ayer la tibieza del palco contrastó con la actitud de los trabajadores.
La mirada de los 500.000 trabajadores ya quedó puesta en ellos. No resultará fácil escapar de ella.
Ya se ganaron la plata de las obras sociales a cambio de perder un lugar en la historia política y sindical de nuestro país, cambiaron la dignidad de los trabajadores por su indigna codicia.
No sólo cambió el gobierno, también cambiaron los dirigentes.
Ante esto sería bueno y sano que sea el pueblo el que comience a aplicar medidas de ajuste a aquellos representantes que no cumplen con las prerrogativas de su cargo y que traicionan la confianza que en ellos el pueblo depositó.
Soledad Sganga. Politóloga. UBA