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SIN RENOVACIÓN NO HAY REVOLUCIÓN

Por JORGE RACHID

Sin dudas la palabra revolución llamará la atención, ya que es una palabra desaparecida del lenguaje cotidiano de la política, desde el inicio mismo del proceso democrático, ya que remite a partir de su denigración a imágenes y escenarios habitualmente catastróficos, dramáticos y dolorosos. Esa imagen construida en el inconsciente colectivo del pueblo es falsa, ya que los procesos profundos de cambios revolucionarios que se hicieron en nuestro país, se los realizó desde la institucionalización en los gobiernos democráticos de Irigoyen y Perón, que fueron amputados violentamente, con su secuelas de persecuciones y muertes, por quienes se auto denominaban a sí mismos como “revolucionarios”, en procesos golpistas cívico militares.

Ambos gobiernos cambiaron estructuralmente la Patria al promover un desarrollo soberano de sus potencialidades, tanto industriales como científico tecnológicas, desde un marco de decisión política, que atentaba contra los intereses hegemónicos de las oligarquías locales aliadas al despliegue estratégico de EEUU como sucede hoy. Esos procesos no sólo fortalecieron las herramientas necesarias a la construcción de soberanía, que sería largo enumerar sino que forjaron una conciencia nacional en el seno del pueblo argentino.

Es que desde el inicio mismo de la emancipación del colonialismo español, el imperio anglosajón, primero Inglaterra y luego EEUU, vieron comprometido su control al llamado “patio trasero”, así denominada Latinoamérica fuentes de recursos naturales y económicos, destinados a fijar un centro y una periferia geopolítica en forma definitiva. Así se afianzó el concepto de “civilización o barbarie” mitrista-sarmientista, civilización europea y barbarie criolla, esgrimido desde el siglo XlX por los vencedores de Caseros.

La apropiación del relato histórico y actual es imprescindible para el coloniaje, determinando así los conceptos del “bien y el mal” en forma autoritaria y sometiendo a la conciencia colectiva del pueblo a un bombardeo constante, imponiendo una cultura dominante, una mirada estrecha del mundo atada a los intereses hegemónicos, que de prolongarse en el tiempo se naturaliza, llevando a las nuevas generaciones a su aceptación pasiva, sin desplegar el pensamiento crítico necesario al análisis. Ese vaciamiento de información transforma a los pueblos en subordinados, por manipulación, mentiras y ocultamiento de otras realidades.

Desde la historia oficial misma definiendo a Rivadavia de patriota, frente al Facundo salvaje caudillo riojano indomable, que no cedió al poder portuario, hasta caracterizar a Artigas como enemigo, por parte de Alvear entregando la Banda Oriental a los ingleses o Mitre llamando al ejército portugués para derrocar a Rozas. Son ejemplo claros de cómo se escribió la “historia oficial”, enterrando las luchas épicas de nuestros Padres Fundadores que la llevaron adelante con los criollos, los pueblos originarios, los negros, mulatos, zambos y españoles republicanos, logrando la liberación de los pueblos del yugo colonial.

En esas epopeyas los caudillos y la gauchería, compuesta de hombres y mujeres de lanzas llevar, escribieron la historia real de nuestro país, enfrentando invasiones primero y sometimientos después, sin beneficio de inventario, dejando sus vidas y fortunas al servicio de la Patria. Por esa razón debía ser desterrado del relato, ya que la épica de ayer traduce esperanzas del mañana al incitar luchar por las utopías.

La colonización necesitaba dos elementos básicos para ejercer su violencia institucional: la fragmentación de la Patria Grande, así llamada desde la Gran Colombia de Bolívar y las Provincias Unidas de Sudamérica como marca el Acta de la Independencia nacional, que permitió a San Martín su epopeya libertadora, y por otro lado la complicidad activa de la élites oligárquicas locales cipayas al servicio de los intereses de la colonización. Es como hoy en una lucha constante que se da en el marco de Patria o Colonia o de Liberación o Dependenicia.

El cuadro actual de situación se establece a partir de la concesión del enemigo EEUU en la región, de una democracia limitada desde el Consenso de Washington que ordena el sometimiento del país al Mercado, como ordenador social de los Pueblos. Esa situación estructural, aleja la posibilidad de construir un modelo social solidario de Justicia Social, que era una cultura compartida por el pueblo argentino, que fue modificada por una cultura dominante, colonizadora, individualista y que lleva a la diáspora social.

Situación que fue consolidada por la Constitución Nacional de 1994 que produjo dos hechos simultáneos: enterró la posibilidad de reponer la CN de 1949, única legítima al momento, por haber sido derogada por decreto de la dictadura fusiladora del 55 en 1957 y por otra parte llevar al país a la fragmentación de sus políticas nacionales de educación, salud, previsionales y de seguridad social al provincializar esos servicios sociales, además de entregar los recursos naturales del país a la comercialización por parte de las gobernaciones, estableciendo provincias ricas y pobre. Un país colocado al borde de la disgregación nacional, fragmentado y sometido a la dictadura del Mercado del lucro y la mercantilización..

Es claro que la revolución como concepto de transformación profunda del modelo social y productivo dominante, como los plantea hoy el Papa Francisco, desde una mirada humanista y cristiana, trae como reacción imperial una contraofensiva destinada a impedir el desarrollo pleno de las potencialidades de los países, como el nuestro, no sólo por los recursos naturales, sino por el control político necesario al sometimiento de la dirigencia local, aliadas al poder imperial. Esa situación prolongada desde hace 41 años, genera una colonialidad estructural que ha sido imposible perforar, con políticas nacionales y populares, aún en los 12 años felices de Néstor y Cristina, ya que rigen estructuralmente desde la CN hasta leyes de las dictaduras militares, como la Ley de entidades financieras y la Ley de Higiene y Seguridad en el Trabajo, llevando vigentes casi medio siglo.

En ese sentido se hace necesario profundizar la palabra renovación, que no significa “colocar vino nuevo en odres viejos”, como nos dice el mensaje bíblico, sino de una concepción profunda que reemplace la resignación en que han caído algunas capas dirigenciales, que al adaptarse a lo políticamente correcto, en términos democráticos, van perdiendo el valor profundo de la política con el compromiso con el Pueblo y la Patria, apagando el fuego sagrado de la lucha por una Argentina de pié, soberana, justa, libre integrada al nuevo mundo multipolar desde una visión de Tercera Posición justicialista.

Esa política va postergando a los fines de preservar una democracia que cada día se ve más cuestionada en el mundo, ante el avance del capitalismo financiero, extorsivo y depredador, que saquea y somete a los países en los cuales, a través del endeudamiento primero, somete los Gobiernos, condenando aun los que tienen las mejores intenciones de construir soberanía, por tener las manos atadas a menos que sean capaces de asumir un enfrentamiento, un conflicto con lucha, como las que dieron en las últimas décadas, con sus secuelas de dolor social profundo, en el conjunto de los países Latinoamericanos agredidos por la bota imperial.

Esos procesos dirigenciales llevaron al descreimiento de la política como valor de construcción de futuro por parte de la población, al ver derrumbados sus sueños ante los sucesivos fracasos, alejando una planificación estable de la vida, del trabajo y del futuro de los hijos, con aspiraciones de movilidad social ascendente, que se fue demoliendo al pasar del tiempo. No es ajeno a ésta situación el accionar del enemigo, otra palabra desterrada del diccionario político, que en su acción constante de instalar una cultura falsamente anti política, va invadiendo los campos económicos financieros e institucionales del país, creando una nueva mirada del mundo acorde a sus propios intereses.

En ese sentido las palabras revolución, renovación y enemigo se encarrilan al análisis profundo de la democracia como tal, institución nueva de menos de 200 años aquí y en el mundo, donde se discute su viabilidad en los términos actuales como la conocemos, ante la claudicación de la misma frente a los avances imperiales del control financiero e institucional, arrogante y amenazante del imperio unipolar de EEUU y sus aliados, que va sometiendo desde Europa a América Latina a su imposición guerrera. Sucede esa violencia al debilitamiento global de su expansión en el siglo XX.

Desde la pérdida de valor del dólar a su retroceso en los Mercados Globales, EEUU replantea su estrategia, tomando el Atlántico Sur por su ubicación geopolítica, como su plataforma de base en caso de una guerra global, que hoy tiene abierta en tres frentes que ha perdido: Medio Oriente con Israel como ariete en el Genocidio en Gaza; la guerra de Ucrania llevando a la OTAN a someter al parlamento europeo a sus necesidades de producción de armas para atacar Rusia y su política armamentista en Taiwan y Japón intentando provocar ala gigante asiático que es China. Todos temas ocultados por la prensa hegemónica en su análisis informativo.

Nuestro país está siendo sometido a un proceso de claudicación nacional y fragmentación sin límites, al ser conducido a una subordinación absoluta a los dictámenes del Imperio estadounidense, que junto a los israelíes e ingleses controlan los movimientos internacionales del Gobierno de Milei, quien sólo acepta pasivamente ser el protagonista disrruptivo de un mundo cada día más pequeño. Una nueva colonización ejecutada por el cipayaje vernáculo.

Ese sometimiento se ve expresado en las políticas internas del país, que no sólo arrasan derechos sociales y laborales, sino que tienen por objetivo amputar las posibilidades revolucionarias, patrióticas y soberanas de una nueva generación de dirigentes.

Este cambio de época dirigencial se está dando con jóvenes que se parezcan al Pueblo que quieren representar, humildes, austeros y llevando en sus mochilas utopías, vocación y compromiso de construir los sueños colectivos del pueblo argentino, reconstruyendo el tejido social dañado por las políticas neoliberales. Además que estén dispuestos a enfrentarse y luchar contra un enemigo tan poderoso como los fueron las Invasiones Inglesas, los ejércitos monárquicos españoles, la OTAN de entonces en la Vuelta de Obligado y las sanciones con que el imperio castiga desde el siglo XX a los países que luchan por su Liberación Nacional, más aún si lo hacen en el camino de la reconstrucción de la Patria Matria Grande Latinoamericana.

BIBLIOTECA
Juan José Hernández Arregui: Imperialismo y cultura Ed. Peña Lillo
Juan José Hernández Arregui: Nacionalismo y Liberación
Norberto Galasso: Del Peronismo al Socialismo Ed. Del Pensamiento Nacional

 

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