Por Danny Wilde
Portales como Infobae, Clarín o Perfil ya parecen The yuta news, toda la información policial K al instante. Y es tal la alcahuetería mediática hacia el gobierno que todas las noticias de portada son los conflictos judiciales de los protagonistas del gobierno cristinista.
En el marco de “se robaron todo” Comodoro Py, alias, el alter ego del gobierno, somete a la ceguera de la justicia a Boudou, Delia, De Vido y cuanto K se aparezca. De paso, la Gendarmería sabe hasta el DNI de los que mataron a Nisman pero no tiene noticias de lo ocurrido a Santiago Maldonado.
Todos los K son corruptos es la premisa y parte de la sociedad comparte esta idea por el solo hecho de adherir a un fanatismo tonto que raya en el resentimiento.
El ciudadano común, el que vota a Macri por el sólo hecho de ser antiperonista, no tiene idea alguna de las causas, expedientes y sumarios contra los ex funcionarios. Tampoco sabe que se robaron, cuanto, dónde y por qué. Solo repite una consigna que otra parte de la sociedad no concibe porque tiene más claridad en lo sucedido durante el gobierno K.
Nadie explica nada, todos gritan, chillan, odian pero en síntesis no saben de lo que hablan, sólo acompañan a un conjunto de mentirosos y tramposos que los utilizan para sus miserables intereses.
Joseph Gobbels tenía un decálogo para resumir la propaganda nazi pero su síntesis era la mentira y transferencia de culpa. Aconsejaba mentir siempre y culpar de los malos resultados al gobierno anterior, además de calificarlos como vándalos.
Pero este estilo perverso de comunicación no se diseñó en el siglo XX. Nicolás Maquiavelo daba cátedra sobre estos perversos temas y la dirigencia mundial lo fue propalando en tiempo y espacio.
En su libro “Estrategia y táctica del movimiento nacional”, Arturo Frondizi en el capítulo 4 escribe sobre el tema. Aquí desarrolla la idea de tener una táctica para acusar de corruptos a los opositores políticos y esto comenzó en 1810. El primer gobierno patrio fue acusado de corrupción por la Asamblea del año XIII, que tenía otro signo político. Les hizo juicio por corrupción a todos, incluso a Mariano Moreno que ya estaba muerto, igualando al Papa Formoso II que también fue acusado y condenado ya estando muerto. Todos los días salía en la prensa un nuevo cargo contra algunos. A Juan José Castelli, el llamado orador de la revolución, y que en esos meses agonizaba por un cáncer de lengua, lo acusaron y procesaron por haberse quedado con dineros ajenos en el Alto Perú.
San Martín también fue cuestionado. Se lo acusó de abrir una cuenta en forma irregular en Londres con fondos poco claros. No lo dice Frondizi pero el autor de estas operaciones era el bien ponderado Bernardino Rivadavia.
A Hipólito Yrigoyen lo acusaron de un montón de negociados, que se había quedado con fondos públicos, que no había cumplido con los deberes de funcionario público. En dos oportunidades fue a dar con los huesos en la cárcel. Cuando salió fue a vivir a la casa de su hermana, no tenía un sólo peso para mantenerse. Murió pobre y despreciado por la mayoría del pueblo.
Claro que eso de acusar es un mecanismo que se pone en marcha cuando el personaje cuenta con respaldo, cuando necesitan debilitarlo con sospechas para dejarlo fuera de combate, cuando es peligroso para los que realmente mandan. Cuando ya deja de ser una amenaza para el poder, se lo deja de investigar y los juicios quedan en la nada. El objetivo no es la justicia sino el interés político de eliminar a los opositores. En 1930 el senador Villafañe aseguró que el yrigoyenismo estaba compuesto por 110.000 prontuariados en la sección robos y hurtos, 60 mil pederastas y 50 mil que vivían del juego y la explotación de mujeres. De Perón ya dijimos. Ramón Carrillo, el gran sanitarista, murió en la pobreza, enfermo y calumniado. En 1962, los militares derrocaron al autor de este libro que lo pudo escribir dos años más tarde en la isla Martín García.
Claro que presidentes que obedecían ciegamente al sistema y entendían que las mayorías solo estaban para votar pero no para ser atendidas pasaron al bronce. Nadie habla del genocida Mitre, del delincuente de Agustín Justo, de los golpistas Uriburu u Onganía, de los fusiladores Aramburu, Manrique y Rojas. De los entreguistas Roca, Avellaneda y Sarmiento, entre otros. De los villanos nos acordamos porque tienen monumentos, calles y plazas. Aquellos que responden a las masas populares quedan en cada corazón pero nunca en el sistema que pondera sólo el odio y el resentimiento.
Hay una parte de la sociedad que responde a la idea de odiar sin saber porqué. No entiende que quien llegó al poder por la vía democrática y logró la independencia económica no puede ser llamado tirano. Que el gobierno K no puede ser calificado de régimen como escriben las grandes plumas traidoras en los medios dominantes. Ese segmento odiador tiene que establecer una pausa para pensar y entender que está siendo utilizado. Que en poco tiempo todos los corruptos serán libres por falta de pruebas y aquellos que conducen el gobierno habrán entregado el país, dejándolo para que una gran crisis económica explote ni bien dejen la Casa Rosada.
Por eso olvide el odio, deje a un lado el resentimiento y sepa elegir a sus representantes. Es difícil de creer en un gobierno que ajusta a diario y que, mientras, te cuenta que bajó la pobreza. Y menos se puede creer en alguien que implementa la apertura de las importaciones para que el país crezca. Algo no cierra.
Por eso dude, desconfíe de los buenos modales, de los políticamente correctos y sepa que los medios tienen como misión servir al sistema y lo hacen a través de la magnificación y la mentira.
En los primeros años del siglo XX el editor Joseph Pulitzer dijo: “Con el tiempo, una prensa cínica, perversa, mercenaria, demagógica y corrupta formará un público tan vil como ella misma”.