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Políticas de Estado

Por Gabriel Princip

La ciudanía en general siempre solicita a los gobiernos recién instalados en el poder cuatro o cinco políticas de estado que se debe acordar con los partidos de oposición. De más está decir que lo primero que se le ocurre al pueblo, y el gobierno debe coincidir, es en una política democrática, abarcativa y que contemple a las mayorías.

Desde el vamos, Mauricio Macri dijo, cual Luis XIV, “El estado soy yo” y quienes serán beneficiados serán mis amigos, o sea, la oligarquía.

Pero aunque no se crea, hay políticas de estado que parten del espacio amarillo y éstas son la descalificación y la discriminación. Para muestra un botón y fue la marcha del primero de abril.

Militantes de clase media pavoneándose por esas callecitas porteñas diciendo: “Desaparecieron los que tenían que desaparecer”, más cerca de la plaza otra señora con cara de té con masas a las 5 de la tarde celebraba la marcha en paz con una casaca yanqui, una bandera argentina al grito de “mueran los kukas”. A una cuadra de ahí, Claudio Rigoli departiendo con señoras desaforadas. Saliendo de la plaza, otro jubilado jactándose de que viajó solo, no le pagaron y que odia el choripán. “Es muy grasa”, dijo este buen señor. En medio de la histórica plaza unos jóvenes de 77 años vivando a Macri, al compás de “Se puede, se puede” y uno de ellos gritando “Basta de vagos, basta de negros, basta de pobres”.

Y así esa pequeña multitud de individualidades canalizando problemas sexuales, odios de vieja data y resentimientos de clase  se propalaban por la plaza de los trabajadores. La frutilla del postre fue nuestro líder que agradeció la cantidad de gente que se pronunció a su favor “Sin colectivos ni choripán”.

El presidente coincide en una idea fuerza con esa gente marchante, en la falta de ideología y en el ciego anti peronismo. Lo odian, lo detestan, y lo hacen saber. Es más, ese resentimiento muestra sus contradicciones. Le molestan las marchas y organizan una. Lo hacen para defender la democracia pero son hijos de la dictadura y les agrada. Hablan de la paz insultando, agrediendo y descalificando. Van con la bandera argentina a avalar a un gobierno cipayo y entreguista. Se  fastidian con los planeros, los vagos y los que viven del Estado, pero acuerdan que le subsidien el colegio privado, la empresa de transportes y dejen que trabajen sus hermosas cuevas de venta de moneda extranjera sin pagar impuestos. Ellos sí que trabajan.

Les encanta la reforma laboral, son perjudicados por la recesión, la inflación y la inseguridad pero al negro le va peor y esa es su satisfacción. La grieta existe desde Abel y Caín, en estos pagos desde Saavedra y Moreno porque el humano en esencia es un miserable. Habla de unidad pero le encanta el egoísmo, arma un grupo para entrar en internas, y dice exactamente lo que no siente para manejar su hipocresía en grado sumo. La Argentina no es una isla, pero la grieta se divide en aquellos  que, con todos los defectos, luchan por un progreso en libertad y el resto que  toca el cielo con las manos cuando su colonizador lo palmea.

Lamentablemente la clase media nunca entenderá que su suicidio diario esclaviza cotidianamente a un país que estuvo a punto de comenzar una industrialización en el 2015 y voy vamos camino a fojas cero, tal cual lo quiere el prescindente.

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