Por Simón Templar
“La violencia no tiene fin”, es el libro que acaba de terminar un alto funcionario de un país ubicado allá donde el poncho perdió al diablo. Es más que un funcionario, es el presidente. Ojos claros, buen vestir, escasa dialéctica y contenido pero con una sana intención, pacificar el país y provocar la unión de sus gobernados.
El primer día de su mandato eleva su voz frente a quien deja el cargo, pero no la maltrata como comunican algunos medios de dudosa ideología, simplemente pone las cosas en su lugar. Ocupa el sillón de Rivadavia, le hace un lugar a su perro generando gracia, informalidad y quizás para los “intelectualoides” de siempre algo de molestia.
Este presidente es distinto, es más normal, no pretende perpetuarse en su cargo, pero si anhela un cambio en la sociedad. Que sus gobernados entiendan que deben sacrificarse por su patria, por la Nación y por aquellos que con esfuerzo hicieron un país digno que lamentablemente fuerzas asociadas al comunismo ningunearon a lo largo de más de una década.
Para lograr su objetivo cocinó un plan de ajuste sazonado con algo de represión, un poco de descalificación, algunos gramos de discriminación y odio a gusto. Pero este plato tiene las vitaminas y proteínas necesarias para un país mejor. Siempre es bueno algo de violencia para lograr la paz.
En el tiempo, la gente empieza a entender el cambio. Se colma la Plaza de Mayo con banderas celestes y blancas, sin olor, sin humo, con cargas de decencia y metros de honestidad. Otras marchas hubo contrarias a este prócer que nos guía pero carentes de limpieza, de color y de buen vestir. Sólo marginales con carteles intimidatorios que exigían un justo salario, que respeten a las mujeres y que los maestros puedan comenzar las clases.
Subversivos, aprendices de guerrilleros, sicarios de los buenos momentos, ladrones del bienestar de gente como uno, integrantes de mayorías silenciosas con patrimonio solo para el mal gusto, tercermundistas, en una palabra comunistas.
Mientras estas mayorías carentes de buen olor, el líder planifica con el presidente de la mayor potencia mundial como pacificar el planeta. Millones en compra de armamentos serán de suma utilidad para ayudar al Tío Sam en su lucha por la libertad, la paz y la democracia. Y a pesar de algunos miles de víctimas inocentes, el objetivo final bien vale la pena. Lanzar misiles, bombas atómicas y desaparecer países no está mal cuando la paz es solicitada. Pero de eso se encarga nuestro guía norteamericano.
Aquí en esta tierra, por suerte, tenemos a alguien que entiende que primero están los negocios luego la gente. Que comprende que un jubilado no produce y si no produce porque tiene que ganar fortunas. Tenemos la dicha de ser conducidos por alguien que supo entender que los trabajadores no son importantes, podemos echar algunos y tomar otros, para eso tenemos al tándem Triaca- CGT que nos protege, y si hay que echar a todos lo haremos. Después de todo no son tan importantes. También este gobierno supo comprender que el estado no sirve, que el empleado público es un ñoqui bien pago, que caer en la escuela pública es un tropezón en la vida, que el fútbol gratis se tiene que ver solo en Cuba, que la inseguridad solo es un problema cuando ocurre en Recoleta, que si conviene debemos endeudarnos por siempre y para siempre, de ultima alguien alguna vez pagará, y que los científicos, los satélites y la cultura son un gasto que se puede afrontar en países del primer mundo.
Por eso este hombre que nos guía se forma con bibliografía adecuada. En “La violencia no tiene fin” observó que la grieta y la unión de los argentinos es una misma cosa. Descubrió el mundo sensible de Platón y el antiproyecto, entendió la política de Aristóteles. Comprendió el valor del hombre libre y no del pueblo libre. Al fin pudo entender que Sócrates no escribió ningún libro y que Sarmiento desde su sabiduría era discriminador nato y neto. Gracias a la lectura comprendió que la unión de los argentinos para salvar la grieta se logra con una sola y maravillosa palabra, represión. Si, si se le aplica bien y se disminuye la población como sus jefes esperan no costará trabajo unir a los pocos que quedan. Ah, la pobreza cero te la debo.