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Ma’duro que la realidad

En el Caribe Sur, donde el Sol calienta las aguas transparentes y dora las playas de arena blanca, Nicolás Maduro se erige como el último bastión de un legado que muchos creían sepultado: la dictadura. A través de los ojos de quienes lo han enfrentado y de aquellos que aún lo veneran, se dibuja la figura de un dictador que en su lucha por el poder, ha encontrado en la psicopatía una herramienta tanto de resistencia como de represión.

La Caracas actual se presenta como un caleidoscopio de contradicciones. En las coloridas paredes del populoso barrio Petare se siente la efervescencia de un pueblo que aún grita por libertad, mientras en Miraflores, eco de un pasado glorioso y revolucionario, se palpa la arbitrariedad de un hombre que habiendo sido conductor de subterráneos y luego obrero, se acomoda en el trono que heredó de Hugo Chávez.

En su afán por mantenerse en el poder, Maduro ha construido un régimen que transforma la memoria de la historia en una narrativa personal, donde él es el héroe y sus opositores son los enemigos del pueblo, similar a nuestro archiconocido relato K.

Las fábulas de un dictador no sólo son una compilación de decisiones y políticas, son la representación de un mito que se forja día a día. En su discurso, Maduro habla de la resistencia bolivariana, de un pueblo que se levanta frente a un imperio que amenaza con devorar su soberanía. Sin embargo, la realidad adornada de su discurso se choca con los recuerdos amargos de un pueblo oprimido, de jóvenes que se ven obligados a emigrar en busca de un futuro que en su patria no pueden encontrar.

Las imágenes de las manifestaciones difundidas en los noticieros, son una crónica edificada a partir de los bríos de un pueblo que se hartó de una dictadura fraudulenta, empobrecedora y asesina, y se niega de manera vehemente a ser olvidado. Cada piedra lanzada contra las fuerzas de seguridad es un eco de resistencia, cada grito de libertad resuena más fuerte que la propaganda del propio régimen. Estas historias, cargadas de dolor y anhelo, desafían la narrativa oficial que Maduro intenta perpetuar.

La muralla que construyó silenciando voces, manipulando sufragios, encarcelando y torturando opositores, continúa vigente; pero la protesta de un pueblo, por más que se intente coartar, encuentra siempre una rendija por donde asomarse y gritar la verdad. A medida que la diáspora, la pobreza, la desesperación y el hartazgo se propagan, la imagen del dictador deambula en una maraña de impunidad, mentiras, crímenes de lesa humanidad y desasosiego.

La Organización de Estados Americanos (OEA) fracasó en su intento de condenar el fraude electoral y la represión ilegal ordenada por Nicolás Maduro, tras las elecciones presidenciales del domingo pasado, abortando la iniciativa avalada por Estados Unidos, Argentina, Paraguay, Chile y Uruguay, debido a la abstención de sus socios más cercanos Brasil y Colombia, y la ausencia de México, con el aval de los vecinos caribeños.

Hoy, Maduro observa con sorna la resistencia del pueblo venezolano y las reacciones de la comunidad internacional. Los ecos de su régimen serán parte de la crónica de un futuro incierto, donde sus charlas con el espíritu del “comandante” transformado en pajarito y sus actitudes psicópatas, se convertirán en la tela sobre la cual se pintará la historia del siglo XXI en América del Sur.

El olor a pólvora y gas lacrimógeno, el reguero de sangre derramada y el sembradío de piedras en las calles de Caracas, guarda silencioso el recuerdo de una Venezuela que sueña con retomar su libertad. Y en ese espacio, se forja la lucha inquebrantable de un pueblo que se rehúsa a ser silenciado.

Francisco Manuel Silva
frsilva50@gmail.com

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