Por Simón Radowistky
Un millón de argentinos compró dólares en el mes de julio antes de las PASO. Esta noticia en estos tiempos no causa sorpresa alguna. Ya estamos lejos de la patria es el otro, el plazo fijo en pesos y compre nacional. Hoy es alta gama, importado y caja de ahorro en dólares. El nacionalismo es una materia que la clase media nunca la entendió y siempre se la llevó a marzo.
Y quizás uno de los problemas argentinos por naturaleza es que nunca miramos hacia adentro sino todo lo contrario. Si es made in alemán es eficiente, si es chino es barato y si es argentino es malo. La industria nacional siempre cayó derrotada en épocas liberales y el pensamiento nacional es una solución pasajera para tiempos peronistas nunca conservadores. Y en esto tuvo mucho que ver la oligarquía argentina.
Juan José Hernández Arregui dijo en su obra “Peronismo y socialismo”: “Un nacionalismo que nace de los pueblos y sus tradiciones son enterradas por las oligarquías ajenadas a Europa. Solo se construye la nación sobre el pasado. EEUU supo cimentar su poderío afianzando, no rehusando, el pretérito. A diferencia de Iberoamérica, cuyas oligarquías de la tierra renegaron de todo lo nativo. Jefferson impuso en Virginia la enseñanza del antiguo sajón a fin de conservar las tradiciones idiomáticas y culturales que EEUU había heredado de Inglaterra. En nuestros países acaeció lo contrario. Las oligarquías vencedoras borraron el pasado del pueblo, hablaron en francés y traficaron en inglés. Hasta se avergonzaron del idioma español, y si no lo extirparon, fue porque el pueblo se mantuvo impenetrable al extranjerismo de la clase dirigente. Extranjerismo cultural que es al revés sin brillo de la entrega material. En las oligarquías coloniales la clase está antes que la patria. Por eso, la respuesta es un nacionalismo apasionado frente a la falta de patriotismo y el odio al pueblo de esas oligarquías sin adherencia al suelo”.
Cuando Arregui realiza un somero relato sobre la idea de nacionalismo las fichas van cayendo. La pregunta es igual a la respuesta. ¿Puede un movimiento nacional perdurar en el tiempo y en el gobierno? Para un tercio de la población la respuesta es positiva pero el resto piensa y vota en inglés. Porque de que otra manera se puede justificar el apoyo de la población a aquellos gobernantes que admiran el afuera, que destruyen la industria nacional, que regalan las Malvinas, que se someten al imperio económico, que adoran ser colonizados, que en forma asidua son operados de las rodillas y se alegran cuando un presidente americano nos visita para someternos.
El pensamiento nacional es la solución para la patria grande. Tan fácil como complicado. No es difícil pensar en lo nuestro, comprar en el negocio vecino, escuchar nuestra música y aplaudir nuestros artistas. Pero es complicado hacerlo en forma masiva y olvidarnos del afuera. Lo natural, lo sencillo, es ser políticamente correctos, lo ideal es ser revolucionario en el bar y en la calle. Mientras nos olvidemos de ocupar las calles triunfarán aquellos de visión diferente que hablan en francés y aplauden un bodrio de Hollywood. Si el pensamiento nacional sigue siendo una minoría, seremos gobernados por tilingos y cipayos por siempre.