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Locomotora peronista

Como dando pena, una locomotora abandonada yace en un triste andén de la patria. Estalla la revolución y el motorman se sube con una sonrisa histórica y la conduce. El hombre, de nombre Juan y de apellido Perón, hace el primer tramo hasta la estación 17 de octubre.

Decenas de grasitas, cabecitas negras, niños y mujeres abordan el tren de la patria que los llevará a recorrer las estaciones por ellos nunca apreciadas. El guarda no es hombre: es la esposa del conductor  y ella misma va contando las estaciones que la locomotora  atraviesa sin solución de continuidad.

Estaciona en “Justicia social”, allí se bajan algunos oligarcas confundidos. Sigue rauda la oscura locomotora hasta llegar a “Soberanía Política”. Algún militante de la clase media desciende desconcertado, no entiende porque no debe arrodillarse ante el imperio. El viaje sigue y Evita sigue picando boletos. La estación “Independencia Económica” es la próxima parada. Un empresario que se había quedado dormido, se paró y molesto dijo: “Hasta acá llegó mi amor. Inaudito, me quieren cobrar boleto y ni siquiera puedo comprar algo importado”.

La locomotora sigue viajando por la patria y a través de los planes quinquenales. La venta ambulante de choripán es el agregado cultural y gastronómico al viaje. Evita sigue marcando boletos a gente que abandonó la tristeza en el andén conservador. El motorman continúa raudamente su periplo. Mas estaciones sigue agregando a un viaje que tiene como objetivo la terminal “Los días más felices fueron, son y serán peronistas”.

Pero no todo es color de rosa. Luego de la “Estación 1946”, “Voto femenino” y “Constitución del 49´” se atraviesa la “1951”. Escollos, ruidos, balas, uniformes traidores y resentidos con falsas sonrisas e importantes plazos fijos tratan de  detener el tren de la alegría.

A pesar del odio oligárquico, el tren sigue su marcha. Las estaciones “Éxitos deportivos”, “La única verdad es la realidad” y “20 verdades” se suman al viaje que los cabecitas negras jamás imaginaron hacer. El luto también marca parte del trayecto. Ya no se marcan más boletos, Evita ha muerto.

La locomotora comienza a bajar su velocidad, a la estación “1954” se hace difícil de llegar hasta que en “Setiembre Negro” descarrila.  El motorman se exilia, la locomotora es abandonada nuevamente. La tristeza invade al vehículo y todos los habitantes de ese tren nacional.

Un buen día de 2003, Néstor, otro del gremio de Juan, pone en condiciones a la vieja locomotora. Intenta repetir el mismo trayecto. Lo logra pero con su co-equiper Cristina. Otra vez los que menos tienen abordan el tren sin  pagar boleto rumbo a la estación final, la de siempre “Los días más felices fueron, son y serán peronistas”. Atraviesan las estaciones “Deuda paga”, “Jubilación del ama de casa”, “Asignación Universal “, “Derechos ampliados”, “Cultura para todos”, “Paritarias”, “Modelo Nacional” hasta que entre el luto y el odio corporativo la locomotora vuelve a su triste andén para quedar abandonada.

Hoy existe el tren bala, ese de colores azules y rojos, el mismo que conduce Mauricio y que nos depositará en la estación final “Entrega al imperio”. No sin antes pasar y pisar los andenes de “Pobreza para todos”, “Desocupación”, “Usen al jubilado”, “Oligarquía por siempre”, “Cipayo, ex liberación nacional “. Ah, la estación “Los días más felices fueron, son y serán peronistas” fue cerrada. Se pretende convertirla en un shopping. Lo que no sabe el motorman que en cualquier momento los cabecitas negras le hacen un piquete en la vía y el tren bala es disparado al espacio exterior y más allá. Porque la locomotora, la negra, la vieja, la de la patria, la de la alegría, volverá.

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