Laika, la heroína de la carrera espacial.
Un pequeño paso para el hombre, un gran sacrificio animal

La famosa frase que pronunció Neil Armstrong al pisar la Luna en 1969 —“un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”— marcó un hito indiscutible en la historia de la exploración espacial. Sin embargo, detrás de ese gran logro humano, late una historia silenciada y, en muchos casos, trágica: la de los animales que se enviaron al espacio como pioneros involuntarios de una carrera por el dominio del cosmos. Perros, monos, ratones, gatos e incluso tortugas protagonizaron una serie de misiones experimentales que allanaron el camino del ser humano. Sus vidas, sacrificadas en nombre del progreso científico, merecen ser recordadas con el mismo respeto que se otorga a los astronautas
Durante los años más intensos de la Guerra Fría, la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética implicó un enfrentamiento tecnológico. En esta lucha, los animales desempeñaron un papel fundamental como cobayas. Tanto los líderes de Washington como los de Moscú compartían una certeza: antes de arriesgar vidas humanas, era necesario comprobar si un organismo viviente podía sobrevivir a la ingravidez, la radiación y las fuerzas extremas del despegue y la reentrada.
Los primeros vuelos suborbitales se realizaron con moscas de la fruta en 1947: Estados Unidos las lanzó a bordo de un cohete V-2. Esta elección no fue casual: las moscas compartían un alto porcentaje de genes con los humanos, por lo que podían proporcionan datos útiles en poco tiempo. A partir de allí, los experimentos escalaron rápidamente hacia mamíferos más cercanos al ser humano, como los primates.
Los monos del sacrificio: Albert y sus sucesores
Estados Unidos eligió como sujetos de prueba a una serie de monos rhesus. Albert I encabezó la lista en 1948. Sin embargo, Albert murió antes de alcanzar el espacio debido a un fallo en el sistema de soporte vital. Su sucesor, Albert II, sí logró alcanzar una altitud de 134 kilómetros. Aunque cruzó la línea de Kármán que marca el inicio del espacio, falleció al estrellarse la cápsula en la reentrada.
En total, más de una docena de simios fueron lanzados por Estados Unidos entre 1948 y 1961, con tasas de supervivencia ínfimas. Algunos, como Ham y Enos, sobrevivieron y se convirtieron en celebridades. Ham, un chimpancé, recibió entrenamiento para operar controles simples a bordo del Mercury-Redstone 2 en 1961. Su éxito allanó el camino para el vuelo de Alan Shepard, el primer estadounidense en el espacio.
Enos, por su parte, también se envió al espacio orbital en 1961: completó dos vueltas a la Tierra. Aunque sobrevivió al vuelo, murió poco después de disentería causada por una bacteria.
La URSS y sus heroínas caninas
El bloque soviético optó de forma mayoritaria por el uso de perros callejeros de Moscú, a los que seleccionó por su resistencia y adaptabilidad. Lanzada en 1957 a bordo del Sputnik 2, Laika fue la primera criatura terrestre en orbitar el planeta. Aunque los soviéticos aseguraron durante años que había muerto de forma indolora días después del lanzamiento, informes posteriores revelaron que falleció tan solo unas horas después del despegue por el sobrecalentamiento de la cápsula.
El caso de Laika desató una fuerte polémica internacional. Su figura se convirtió en la encarnación de los límites éticos de la experimentación científica, en una época en la que el bienestar animal todavía se consideraba marginal.
No obstante, otras perras como Belka y Strelka, acompañadas de ratones, plantas y hongos, regresaron con vida tras 24 horas en órbita en 1960. Strelka incluso tuvo crías después del vuelo; una de ellas se regaló a la familia Kennedy como gesto diplomático. Estos casos se utilizaron como propaganda para reforzar la superioridad soviética, aunque los sacrificios detrás del éxito se ocultaron deliberadamente al público.
Otros animales en el espacio: gatos, tortugas y conejillos de Indias
Francia también participó en la carrera especial, aunque de forma más modesta. En 1963, lanzó al espacio a Félicette, una gata callejera entrenada para resistir la ingravidez. Pese a que sobrevivió al vuelo, fue sacrificada poco después para analizar su cerebro, en un procedimiento que hoy sería inaceptable desde el punto de vista ético.
La misión soviética Zond 5, lanzada en 1968, llevó a bordo tortugas del desierto, gusanos de harina, semillas y bacterias. Las tortugas sobrevivieron a un viaje alrededor de la Luna y se recuperaraon sanas tras su reentrada a la Tierra. Otros experimentos incluyeron ratones lanzados por China, conejillos de Indias enviados por la URSS y hasta ranas utilizadas por Estados Unidos.
La ética silenciada y la deuda moral
Durante décadas, la historia de estos animales se relegó a las notas al pie en los libros de historia espacial. Solo en época reciente se han multiplicado los estudios y exposiciones que reconocen el valor —y el costo— de su contribución al conocimiento científico. Así, existen placas conmemorativas, estatuas y documentos desclasificados que intentan honrar su memoria.
A pesar de estos reconocimientos, muchos expertos coinciden en que la mayor parte de estos experimentos no cumplirían hoy con los estándares éticos modernos. La declaración de Helsinki, el Convenio Europeo para la Protección de los Animales Vertebrados utilizados para Experimentos, y otras normativas han elevado el nivel de exigencia respecto a la experimentación animal.
Las críticas no apuntan tanto a los resultados científicos como al trato que recibieron muchos de estos animales. Se les sometió a procedimientos invasivos, entrenamientos estresantes y muertes planificadas como parte del protocolo experimental. La idea de que fueron héroes involuntarios se contrapone con la realidad de que se les consideradó como instrumentos descartables.
Una historia para recordar
La epopeya de la conquista espacial está tejida con hilos de gloria humana, pero también con fibras de sufrimiento animal. Sin los cientos de animales que se enviaron al espacio —muchos de ellos sin posibilidad alguna de regresar—, la hazaña de llegar a la Luna probablemente se habría retrasado varios años. Su contribución, aunque involuntaria, fue decisiva para entender cómo se comporta el cuerpo vivo en condiciones extremas. Ese «pequeño paso para el hombre» fue, para ellos, el último.Erica Couto –FUENTE. MUY INTERESANTE