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La campaña es el miedo

Uno podría decir que el Kirchnerismo en su afán de recuperar el poder apuntaría nuevamente a una campaña del miedo. Pese a que en el 2015 no fue efectivo para Daniel Scioli anunciar todo lo que pasaría si Mauricio Macri llegara a ser presidente, parte del relato K consiste en mostrarse como un proyecto antagónico al que pregona Cambiemos.

Sin embargo, es el propio oficialismo quien hizo oficial su campaña del miedo esta semana. A lo largo de la historia se ha visto como se construye poder y respeto en la política. Algunos han optado por el empoderamiento popular, dándole mayor lugar a la voluntad de las mayorías, dejándolas participar de las decisiones, siendo parte de la política. Otros eligieron el camino del terror, instalar la persecución al pensamiento disidente, crear la idea de que hay un enemigo a vencer, o estás conmigo o sos mi enemigo. Cambiemos eligió esta última para las futuras elecciones.

Desde la presa política Milagro Sala, encarcelada sin juicio previo, pasando por las acusaciones de Vidal a los docentes que han hecho paro en reclamo de unas paritarias cercanas a la inflación, enfrentándolos con la frase “que digan si son Kirchneristas”, hasta el punto tal de otorgar prisiones domiciliarias y hasta la libertad de genocidas de la última dictadura cívico militar juzgados y encarcelados durante el gobierno anterior.

Cambiemos se sacó la careta y la última semana se ha pronunciado como la carta electoral a la criminalización de la protesta.  Con la represión a trabajadores de PepsiCo, la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, ha manifestado que el gobierno de Vidal “hizo lo que tenía que hacer y actuó”, e incluso han acusado a los trabajadores de ser facciones de izquierda que agredieron a los policías. Vidal y Macri coincidieron en que es ilegal que los trabajadores tomen la fábrica y en consecuencia la represión es la solución.

Pese a que Bullrich da como argumento el color político de los trabajadores la realidad es que hay una fábrica que cerró porque desde Estados Unidos decidieron que era más rentable importar el producto ya que los trabajadores implican mayores costos. Podemos juzgar moralmente la decisión de la empresa norteamericana, pero al fin y al cabo busca cuidar su capital, le corresponde al Gobierno Nacional cuidar a los trabajadores argentinos de este tipo de decisiones. No solo que la apertura de importaciones indiscriminada ha provocado el cierre de empresas y por lo tanto una ola de despidos, sino que desde Cambiemos tomaron la decisión de reprimir a los que se opongan a este tipo de medidas.

Pese a mostrarse como un Estado hostil y represor con los trabajadores, por orden de Durán Barba, los dirigentes de Cambiemos no van a pelear con Cristina Fernández. En Clarín el último domingo salió publicado una declaración de un alto dirigente oficialista: “Peleándonos con ella no vamos a convencer a nadie, si se discute todo el tiempo con Cristina se discute sobre el pasado, y en el pasado la que gana es ella”.

Incluso el gran diario argentino asegura que “la sociedad viene perdiendo confianza en el gobierno” y que “El Gobierno se resignó a aceptar, por diagnósticos iniciales errados, que se votará casi sin una reactivación”.

Cambiemos está pagando el costo de sus políticas económicas y sociales. La quita de derechos le está costando carísimo. De a poco coinciden en que polarizar con CFK no les garantiza aumentar su base electoral, y hasta le puede ser contraproducente; ya asumen que la gente va a votar en un contexto económico sin reactivación que empeora día a día. Su estrategia hoy pasa por consolidar este tercio de la sociedad, esa minoría que manda a laburar a quienes cortan la calle en busca de su empleo quitado y disfruta que los repriman porque para este sector de la sociedad no somos iguales, creen que su derecho vale más que el del otro, que disfruta de ver como se le quita la asistencia del Estado a los más necesitados aunque estos se mueran de hambre, que reeditan la teoría de los dos demonios y el “algo habrán hecho”.  El Gobierno elegido para cerrar la grieta hoy apunta a su aparato más represor para profundizarla aún más.

 

 

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