Por Gabriel Princip
El argentino medio cree ser libre, superado y progre. Algunos son pro yanquis, otros hablan mal del país del Pato Donald pero son antiperonistas y funcionales a los americanos del norte. En resumen, la mitad de la población opera cotidianamente con una cabeza colonizada.
El colonialismo presupone al imperialismo -un término antiguo si los hay- pero siempre de moda, ejemplo el actual gobierno y sus adeptos son miembros del club de fans del imperialismo.
Juan José Hernández Arregui, en su obra “Peronismo y socialismo” dijo: “El imperialismo es la dominación de una nación sobre otro país, u otros más débiles, ya sea mediante anexión territorial, régimen de protectorados, o con la obtención coercitiva, preferencias y concesiones económicas que tornan ilusoria la soberanía del país que las concede”. Agrega Arregui “el imperialismo, desde un enfoque más estricto, es tendencia a la expansión de las naciones industriales a fin de colocar los excedentes de capital financiero acumulado, fuera del propio país, más allá del mercado nacional. Esta expansión tiene un doble objeto, la apropiación de materias primas a bajísimo costo y la explotación inhumana de la mano de obra, a lo cual se une el control económico del nuevo mercado colonial, ya por medios diplomáticos o militares, que impiden, con la colaboración de los gobiernos vasallos, el desenvolvimiento independiente del país rezagado con relación a la nación poderosa. El imperialismo, como ya se ha dicho, es la forma que adopta el capital monopolista. El monopolio es la posesión sin competencia de determinados objetos. Es, entonces, una característica del monopolio, en la sociedad capitalista, la supresión de la competencia. El control monopólico del mercado, en el capitalismo, está a cargo de grandes empresas que, al eliminar, con procedimientos diversos, toda rivalidad, regulan los mercados nacionales y coloniales, y fijan precios mundiales a una o varias mercaderías, de acuerdo a los intereses de la asociación monopólica y no de los consumidores”.
La plaza del 1A se completó con argentinos de buen vestir, buen comer y buenas ideas. Algunos con remeras yanquis, otras con blusas británicas pero todos y todas con la banderita argentina de plástico. Nadie que estuvo en esa plaza condenó al imperio, es más, son admiradores de aquellos dueños de la maquinaria de la guerra que cambian civilidad por espejitos de colores o celulares de última generación, no como en Cuba donde la dignidad resplandece pero carecen de internet.
Juan José Hernández Arregui nos aclara en profundidad el imperialismo. “Como es lógico, el imperialismo no se presenta como lo que es, capital chorreando sangre, sino como ideal civilizador. La organización de la propaganda mundial monopólica se encarga de velar la realidad. El imperialismo crea, sobre todo en la clase media y sus capas intelectuales, la falsa creencia de una fe en el progreso impulsado por las naciones industriales, y al mismo tiempo, el sentimiento, verdadero complejo de inferioridad, de la incapacidad del pueblo nativo para desenvolverse por sí mismo.
Desde el punto de vista de un país dependiente -agrega Arregui- tengamos en cuenta que las palabras deben entenderse en sentido contrario al que se les asigna la nación colonizadora. O lo que es lo mismo, no son las naciones metropolitanas las que ayudan a los países atrasados, sino que éstos son los que afianzan el poder de las metrópolis”.
El pensamiento nacional siempre aclaró, explicó y se aburrió de contar a la sociedad como nos dominan. Lamentablemente nunca tuvieron la difusión adecuada pero parte de la clase media lo sabe pero los ignora. El marchante del 1A prefiere ser un servil con celular nuevo y con amistades de perfume francés a ser un argentino libre y solidario amigo de sus amigos a pesar de no vacacionar en Punta del Este.