Opinión

Fantasías argentinas y la honestidad desbordante

En un alarde de creatividad y un ejercicio de imaginación digno de los más grandes literatos, propongo que nos sumerjamos en un fascinante experimento mental: ¿Y si hacemos de cuenta que en Argentina no hay más inflación y que quienes nos gobiernan son todos honestos? Vayamos a ese mágico universo donde el peso argentino no se desmorona como un castillo de naipes y la honestidad no es sólo un concepto abstracto, sino una realidad palpable.

Imaginemos una mañana brillante en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde el aroma del café se mezcla con la brisa fresca y, por primera vez en, ¿décadas?, un jubilado se dirige a la panadería sin el angustiante temor de que el precio del pan se haya duplicado desde el día anterior. ¡Qué deleite! Una joven compra una factura por una mísera moneda, sin la necesidad de recurrir a la tarjeta de crédito, débito o billetera virtual por la indecorosa suma.

Todos en el gobierno, desde los legisladores, pasando por funcionarios, hasta el presidente, se han puesto de acuerdo en el noble propósito de servir al pueblo. Las reuniones en las oficinas de Balcarce 50 son un derroche de altruismo y transparencia. Los Senadores no se aumentan descaradamente las dietas, los informes de gestión se comparten en un formato sencillo, con gráficos coloridos y animaciones divertidas que muestran cómo los planes económicos han sido todo un éxito.

Olvídense de las promesas vacías de sindicalistas inescrupulosos que dicen velar por los derechos y el bienestar de los trabajadores y no hacen más que llenarse los bolsillos, o las estadísticas maquilladas de encuestadoras militantes; aquí la verdad siempre prevalece. ¿Qué Universidad pública o empresa del Estado necesita auditorías cuando la honestidad brilla como una estrella en pleno mediodía?

Los jubilados, en esta utopía, se olvidarían de las miserias y privaciones, porque con sus haberes bien pagos se dan el lujo de vivir dignamente. Las ganancias de empresas estatales se reinvertirían en educación, salud y, por supuesto, en la compra de juguetes para los niños de las zonas más vulnerables. Los contratos públicos no serían más que una forma de incentivar la vocación de servicio. “Lucharé por el pueblo”, diría el político, y en lugar de chistes de mal gusto, nos dejaría llorando de emoción.

Y, claro, ya no hay más inflación. Los precios en los supermercados se mantienen en el tiempo y las góndolas deben ser repuestas continuamente por la excelente calidad y demanda de sus productos. ¡Y claro! Los sueldos rinden. ¿Se acuerdan de aquellos días en que la gente hacía cola por un dólar? ¡Qué tontería! Ahora todos tienen acceso a una moneda estable. Se podrían abrir todo tipo de comercios, donde los precios no fluctúan en función del humor del ministro de Economía. Las heladeras, los lavarropas y los autos 0 km se venden a precios que se han mantenido estáticos por meses. La felicidad, por fin, al alcance de la mano.

Y en este país idílico, llamado Argentina, los medios de comunicación informan a toda hora buenas noticias sobre esta maravillosa realidad. “La inflación está controlada gracias a la sabiduría de nuestros líderes”, figuraría en primera plana, mientras que en el aire flotaría un optimismo contagioso. “Adiós, crisis; hola, prosperidad”, sería el lema viral que sustituiría a los insultos y lamentos de angustia en redes sociales. En la “Argentina, año verde”, todo funciona a la perfección.

Pero, como todo cuento de hadas, este ideal de una Argentina libre de inflación y gobernantes incorruptibles sólo existe como un sainete de la realidad. Puede ser divertido jugar a los “qué pasaría si…”. Sin embargo, en la vida real, las prepagas, los impuestos y las cuentas a pagar siguen acechando, mientras la inflación parece ser la única constante en esta danza por el poder.

Así que, mis queridos conciudadanos, sigamos soñando, pero no olvidemos que despertar de esta fantasía requiere más que una simple creencia. Quizás, algún día, el café en la esquina costará lo mismo que ayer, y los gobernantes, en lugar de llenarse los bolsillos, realmente se preocuparán por el bienestar del pueblo. Hasta entonces, sigamos riendo irónicamente ante la idea de un país donde la inflación sea sólo un mal recuerdo y la honestidad, una realidad tangible. Soñar, no cuesta nada.

Francisco Manuel Silva
frsilva50@gmail.com

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