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El mal

Por  Gabriel Princip

Cierto día, de cierto mes, de cierto año, un ejido ubicado al sur de Bolivia era invadido por el ejército del mal. Ese territorio transitaba el camino hacia la patria grande. Pero la invasión había comenzado.

Los generales, coroneles y capitanes del mal diseminaron sus soldados para que coopten y capten una porción de la sociedad que habitaba esas tierras. El mal se conformaba con que el 50 por ciento de los habitantes sean dominados por sus principales espadas. Para ello instruyó al odio, la tristeza, la traición, el llanto, la ignorancia, la afirmación, la hipocresía, el individualismo, la soberbia, el autoritarismo y la mentira para que destruyan toda expectativa y posibilidad de llegar a la Patria Grande. Esa patria que piensa y actúa en medidas continentales  que difiere de la patria chica, esa donde los hombres sólo ven instituciones, gobierno y  ordenación jurídica.

El mal introdujo sus agentes en la sociedad. En la vereda de enfrente el bien trataba de mantener  la idea de la patria grande defendiéndola  a capa y espada con el amor, la alegría, la lealtad, la risa, la duda, la sabiduría, la sinceridad, la construcción colectiva, la humildad, la democracia y la verdad.

Estos componentes habían copado el territorio hasta el 2015. En los confines de ese año la mentira hizo su trabajo en sociedad con la hipocresía. Cada uno hizo su labor, la mentira mintió y la hipocresía uso máscaras de buenos, pero no lo eran, todos sabemos que son hipócritas. A partir de ese momento se desarrolló la invasión.

Casi la mitad de la población cayó en manos de la tristeza, el llanto y la ignorancia. La alegría  y la risa partieron al exilio. La sabiduría quedó reducida a un pequeño porcentaje de los habitantes que todavía resisten.

La traición, la soberbia y el individualismo supieron infiltrase en las filas del enemigo. En forma muy fácil, dieron rápida cuenta de la lealtad, la humildad y la construcción colectiva. La patria grande hacía agua por los cuatro costados y la patria chica comenzaba a expandirse.

La mano derecha del mal estaba de parabienes, el autoritarismo comenzaba a imponerse. Había logrado manejar en cuerpo y alma a la máxima autoridad del territorio. Por supuesto que el autoritarismo siempre contó con la ayuda de la mentira, la hipocresía, la soberbia y la traición para edificar su triunfo.

La democracia comenzaba a perder terreno. En los primeros meses del 2016 ya era una democracia débil. Un año más tarde con pobreza, represión, entrega y desaparecidos su vida se acortaba.

De a poco el país se transformó.  La alegría todavía estaba en el exilio al igual que  la risa. La lealtad, la verdad y la duda solo abrazaban a locos, niños y borrachos. La sabiduría, la sinceridad y la humildad subían su precio dado se escasez. La construcción colectiva agonizaba.

La patria chica era prácticamente un hecho. El autoritarismo cobraba forma. La traición desconfiaba de ella misma, la soberbia no se soportaba y el individualismo hacia la suya. La tristeza estaba triste porque había copado gran parte de la sociedad. No podía estar contenta porque recibió la ayuda de la ignorancia, la afirmación y la hipocresía. Encima para demostrar su estado de ánimo precisó del llanto. La mentira observaba, analizaba pero no creía nada, ni siquiera en ella.

La patria de las instituciones, del gobierno, del orden, se había impuesto. La patria de las mayorías, la patria grande caía derrotada. Los voceros de la patria chica utilizaban a la hipocresía para demostrar que la construcción colectiva había llegado a su fin. La ignorancia, parte importante en el triunfo, ni siquiera sabía porque colaboraba, solo entendía que toda afirmación era cierta y la duda  solo era la jactancia de los intelectuales.

La patria es el otro era un recuerdo, el bien sumó menos votos que el mal. La patria grande de Bolívar, San Martín, Perón, Néstor, y Lula quedó en el arcón de las utopías. La realidad y el presente eran  la patria chica. La sociedad había armado un prode y los resultados eran los siguientes: el odio venció al amor, hicieron lo propio la tristeza, la traición, el llanto y la ignorancia con la alegría, la lealtad, la risa y la sabiduría. La afirmación sacó más votos que la duda, al igual que la hipocresía sobre la sinceridad. Finalmente el individualismo derrotó a la construcción colectiva, la soberbia  a la humildad, la mentira a la verdad y el autoritarismo a la democracia.

 

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