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El choripán salvador

La crisis inventada por el gobierno que se apoderó de la vida de los argentinos en diciembre del 2015 hizo trizas con la alegría, el bienestar y la esperanza de los que menos tienen. La desocupación, la miseria y la muerte crecieron a pasos agigantados mientras las clases altas disfrutaban con la desigualdad social, algo que en épocas peronistas no existía.

En los confines del conurbano, las villas crecieron como en las mejores épocas del proceso. Allá en los fondos de San Vicente, último distrito del Gran Buenos Aires, en esas calles donde el asfalto se conoce sólo por televisión, una familia de la provincia habita una humilde propiedad. Chapa en el techo, tierra en lugar de mosaico y rústicas paredes de madera formoseña algo húmedas por detalles climatológicos es el escenario de la vida en común de una madre soltera y sus tres hijos.

Juan, el mayor, Eva la del medio y el pequeño Néstor. La madre, de oficio doméstico, es una catamarqueña que llegó a estos lares arrastrada por la crisis del 2001. Clelia, de ella estamos hablando, supo noviar con el José, oriundo de Ezeiza. El romance duró lo que tarda un anuncio de Macri en convertirse en mentira. Pero a pesar de todo, la Clelia siempre lo perdonó y los hijos llegaron a su morada.

Cada fiesta del peronismo los encontraba a Clelia y sus hijos en la plaza. Llevaban su parrilla, su carbón y la venta del chori en el ejido porteño era la salvación momentánea de su economía.

Al chori, al chori, gritan Juan y Eva ante la atenta mirada de Néstor.

-Vamos muchachos, 20 el chori, 25 con agregados, al chori, al chori.

Eran tiempos de consumo los primeros años del siglo XXI. Banderas celestes y blancas, fotos de los líderes populares, miles y miles de cabezas pasaban frente al pequeño comercio ambulante de Clelia y sus hijos, todos amparados bajo el brillo de un sol radiante en esos días felices que siempre propuso el peronismo.

-Juan, Juan, le pega un grito Eva.

-¿Qué onda hermana?

-¿Lo viste al viejo?

-¿Donde?, interroga Juan.

-Allá, con esa pancarta del gremio, al lado de la gente de la Cámpora. Allá cerca del Cabildo.

-Ahí, lo veo. Podría haber pasado por acá. Siempre estamos en el mismo lugar y él lo sabe. En fin. Sigamos. Al chori, al chori….

Y el chori  salvaba momentáneamente su economía. El resto se hacía a los ponchazos pero se hacía. A pesar de su piso de tierra, y la comida con escasas proteínas, la esperanza se asociaba a la alegría del instante y los tres hijos hacían el aguante a la vieja.

El tiempo hacía su trabajo y el gobierno popular cursaba la última materia. En febrero del 2015 el padre, poco habitué a visitarlos, se presenta ante sus ojos con un cartel amarillo ante sus ojos.

-Viejo, viejo, ¿qué hacés?, interroga Juan.

.-Nada, se viene el cambio de la mano de Macri y yo colaboro para ello.

-¿Estás loco?, siempre fuimos, somos y seremos peronistas. ¿Que hacés apoyando a un gorila?

-No comprendes la política Juan, es hora del cambio. La loca ya fue. Vas a ver que con este señor vamos a tener todo lo que ya tenemos, porque lo prometió, más un agregado superior. Haceme caso, venite conmigo.

-No entendés nada viejo, no se para que cumplís años. ¿Desde cuando viste a un rico preocuparse por nosotros los pobres?

Y José se fue convencido, con su globo amarillo, que traicionar sus ideas de siempre servía para alcanzar un mejor estado de vida.

Juan seguía con su familia y su parrilla en la venta del chori mientras duró el gobierno popular. “El chori siempre te salva”, decía Eva

Y si, menos mal que estos pibes que convencieron al viejo no llegan al gobierno sino somos historia.

Lamentablemente para Juan, su familia y muchos argentinos su pronóstico fue erróneo. La oligarquía se hizo cargo del gobierno y del poder. El ajuste fue la variable  que inventó una crisis que no existía. La desocupación se hizo protagonista de la escena nacional con la gran ayuda de la pobreza.

A Clelia le comenzó a mermar el trabajo, el clase media en problemas seguía la línea del ajuste y la frase “por ahora no necesito” era la que más traspasaba los oídos de la catamarqueña. Al mismo tiempo, otra herramienta de salvación  de la economía del  fenecía, el chori. Los  tiempos liberales ocuparon el territorio y la desesperanza estaba  a pleno.

Néstor, el pequeño, recibía las pocas proteínas que ingresaban a un hogar maltrecho. José, a pesar de ayudar al enemigo recibió como contrapartida “un gracias y después vemos”. Juan y Eva luchaban  por un mendrugo. El hambre invadía sus vidas y la desesperación se asoció al malestar familiar.

Juan con su mirada en el piso de tierra, reflexionaba como sobrevivir. En el campito, enfrente de su lar,  una nueve de  humo sobre una parrilla con olores conocidos atraían su curiosidad. Se acercó. Una ristra de chori hacían agua su paladar. El cocinero ambulante se apiadó y le entregó en mano soberbio choripán que compartió con sus hermanos. El chori lo había salvado momentáneamente.

Juan vio las columnas de protesta de los trabajadores rumbo a la histórica plaza. El gobierno impopular comenzaba a resquebrajarse.

Ni lerdo ni perezoso, Juan le propuso a ese cocinero ambulante una sociedad.

-Compañero, si yo te trabajo la parrilla en la plaza. Vos pones la mercadería y yo me llevo algo y comida. ¿Te va?

-Y dale, contesta el compañero.

El reclamo popular había  resultado el puente para volver a tratar de llevar el alimento a su casa. El chori otra vez lo había salvado.

 

 

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