Por Simón Radowistky
La caja boba presenta periodistas que, pago mediante, ofertan al consumidor determinadas operaciones para logros políticos. Los medios dominantes hacen uso indiscriminado de la desinformación y la mentira. Por internet se viralizan imágenes de la guerra en Siria que son producciones televisivas con extras y todo, por eso toda la oferta periodística carece de una verdad absoluta. La duda debe instalarse en cada visión ciudadana y la desconfianza debe ayudarnos a no entrar en el campo de la tontería ilustrada impuesta por el imperio.
En su obra “Peronismo y socialismo” Juan José Hernández Arregui cuenta: “La información cotidiana que reciben millones de seres no es más que la pantalla deformante del mundo real interpuesto por los monopolios. El imperialismo económico aparea al imperialismo cultural. El 90 por ciento de las noticias políticas, financieras, artísticas, historietas para niños y adultos, son acaparadas por agencias noticiosas de ilimitado poder difusor, a las que deben sumarse las estadísticas y estudios especializadas, no siempre falsos, pero incompletos y dirigidos a desfigurar la realidad. Estas agencia y organizaciones como la CEPAL, UNESCO, etc. fiscalizadas por los monopolios son fábricas de narcóticos ideológicos, de mercaderías mentales que atrofian en el infantilismo cultural, o en la verdad a medias, a millones de seres en las metrópolis y en las colonias. Nadie está totalmente inmunizado contra esta urdimbre de la propaganda capitalista. De estas invasiones mentales del imperialismo, de esta idiotización pedagógica concentrada que las grandes usinas psicológicas manipulan a fin de inducir a los habitantes de las metrópolis al optimismo más trivial, y a las colonias, a mirar lo propio con ojos extranjeros, o sea, con optimismo importado. La propaganda- agrega Arregui- es la segunda naturaleza del colonizado armada por las vías entrelazadas del cine, la TV, la radio, los avisos comerciales, etc. En las colonias, la realidad social está maquillada. Se imita a las metrópolis productoras de venenos subculturales, tanto como de artículos de mercado, se calcan las modas extranjeras, se leen autores extranjeros. Todo es comercializado. La putrefacción de la cultura de las metrópolis, el hipismo, la homosexualidad, los crímenes orgiásticos de Charles Manson, son exportados, lo mismo que los vicios de la burguesía europea o norteamericana expuestos como forma permanente de vida, y no como lo que son, frutos apestosos de una sociedad en descomposición. De este modo, la decadencia cultural adopta en las colonias moldes prestados, el sexo es glorificado, la modelo de tv es el modelo femenino supremo para millones de muchachas solitarias, el impacto erótico de “ la colonia que mata”, el cigarrillo americano con materias primas argentinas lanzadas bajo licencia de Philips Morris, aprisionan en el microcefalismo al gran público, mientras la censura oficial prohíbe mostrar los obrajes del Chaco, Misiones, Santiago del Estero, el Tucumán hambriento, el ultraje a la vida humana en las villas miserias, ahogado este error colonial por los sones frenéticos de la música beat. He aquí el fúnebre escenario de la cultura del imperialismo que en los subsuelos dorados de las grandes urbes agruma a las clase altas y medias, en el tedio, el miedo o el vértigo, en tanto más abajo, pero cerca ya, miserables masas se preparan contra una cultura miserable”.
Repensando a Arregui y observando que su crítica, avanza sobre la verdad para estacionarse en ella, llegamos a la conclusión que decenas de periodistas, intelectuales y grandes decidores de la nada por la nada misma nos mienten en forma cotidiana.
Ver a Feinmann pasando un video sobre la guerra narco en Argentina cuando la filmación es de Colombia, o escuchando sus primicias operetas es caer en la trampa del imperio. Darle la razón a servicios de la talla de Fernando Iglesias, Fantino, Carrió o cualquier miembro del gabinete mas el conjunto de medios dominantes es, lisa y llanamente, caer en la mentira, no comprender la realidad y entregarse a la miseria económica y cultural.
El poder de los medios es la base de la colonización y para no someterse a ellos debemos utilizar la duda con continuidad en la formación. Desconfiando de la información servida y contada por los sicarios de la palabra llegamos a la verdad y de ahí a la libertad.