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Aquellos días felices

Por Simón Radowitsky

Porteña calle, en la esquina café con viejas y marrones sillas. Cerca un canillita que vocea noticias que no aparecen en los diarios que vende. Entre el kiosco y el bar, dos perros flacos como el indigente que duerme contra el viejo edificio  con varios carteles  de “Se alquila”.

Observando por el antiguo ventanal del bar, un barbudo con lentes redondos y un libro de Jauretche que linda con un cortado en jarrito. El cuarentón con pinta de intelectual,  deja llevar su visión hacia afuera y en el recuerdo.

La mirada actual que percibe es amarga. Tristeza en los peatones, el indigente que es salteado y nunca ayudado y los perros que muerden huesos pelados. El recuerdo es diferente. Hacia adentro, figuras de 1946 se trastocan con el 2014, imágenes de gente alegre con un funyi como techo se confunden con muchachos que saludan a una líder en la plaza de todos. El recuerdo es en blanco y negro, también en colores, pero con pintadas de buen humor, solidaridad, independencia y justicia.

El cortado penetra en la boca intelectual. Las páginas de Jauretche se suceden, hacen un alto, son marcadas y la introspección dice presente. La escenografía se muestra osca, de acuerdo a la época, el ayer es distinto. De repente se escucha “No olviden que los días más felices fueron, son y serán peronistas”.

Los 50´ hacen su aparición con bañaderas rumbo a Ezeiza en un día primaveral. La máquina de coser para la abuela que comía día por medio hasta no hace mucho. El pibe y su triciclo, su hermano con una pelota “pulpito” y su padre con un trabajo digno. Escenas que resumen una década de independencia económica.

Los productos importados ya no llegan a la Argentina. Es la gente que produce sus cosas, las vende y las consume y con ello la felicidad en cada hogar argentino. Pero no todo es color de rosa, también los sueños son copados por las pesadillas. Y estas muestran bombas, sangre, cuerpos calcinados, aviones que prometían flores desde el aire con la inscripción “Cristo Vence” lanzan muerte a 380 argentinos, incluidos casi 40 niños. Es el fin de la alegría para las mayorías y el término de la segunda tiranía para la oligarquía.

“Otro café”, solicita el intelectual. En el vidrio que viste el ventanal observa el reflejo de la historia. Bonaerense, dos hijos, mujer y compañera, todos de pensamiento nacional. Quizás con algún bosquejo de izquierda pero todos dentro del ejido peronista. El ventanal actúa como un espejo del pasado. El segundo café como el libro del vasco se sigue consumiendo. Cada página, cada sorbo, un recuerdo. Y allí hace su aparición el siglo XXI.

Ya pasó Menem, De la Rúa y los cinco grandes del buen horror. De repente la figura de Néstor se hace presente. Se bajan cuadros, se aleja el FMI, también las importaciones y la oligarquía. La presentación en sociedad de su compañera es el principio de una nueva  era, solucionada la economía llegarán la ampliación de derechos. Aparecen nuevos trenes, la jubilación del ama de casa, la proliferación de las pymes y la alegría volvió al territorio. Algunas caras tristes se observan, son aquellos que todo lo tienen. Poseen la renta, la tierra, las acciones, los billetes verdes, los hijos en Harvard, solo carecen de generosidad. El egoísmo, históricamente, ha captado sus privilegiadas mentes y le han raptado la solidaridad y la justicia. Solo se han quedado con el resentimiento y el odio contra las mayorías.

Otra vez un sonido interrumpe la imagen. “No olviden que los días más felices fueron, son y serán peronistas”, es lo que se escucha en la mitad del recuerdo.

El ventanal se rompió. Una bala de la policía de la ciudad disparó contra un adolescente que corre huyendo de la justicia y la pobreza. Cayó el vidrio y la actualidad se hizo presente. El libro se cerró, el café concluyó y la pesadilla volvió.

El parroquiano abona su rato de ocio mientras en su cabeza es poblada por imágenes de violencia, discriminación, pobreza, persecución, represión, desocupación y pobreza. 2017 se visibiliza en el silencio del intelectual. Lo acompaña la imagen de un presidente amigo del imperio y primera figura de la sociedad conformada entre la oligarquía y las corporaciones supranacionales. El terror y el horror de lo cotidiano es la escenografía que acompaña a este cuarentón en la salida del antiguo bar porteño. Guarda su libro, emprende la caminata hacia un mal pago empleo en soledad y sin la alegría de otra época pero alguien le grita y lo anima “No se olvide que los días más felices fueron, son y serán peronistas”.

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