Por Matías Russo
Como si fuese de manual de Durán Barba, Mauricio Macri avala que Luis Chocobar, policía de Avellaneda, haya asesinado a un delincuente cuando la situación no ameritaba más que para su detención y debido proceso judicial. La muerte de Maldonado, los casos de gatillo fácil conocidos como el de Rafael Nahuel, y los no tan conocidos como la chica detenida por filmar como efectivos de seguridad se llevaban a un pibe por dormir en la calle. El Poder Ejecutivo consolida su electorado, que, históricamente no solo se ha identificado con gobiernos represivos y dictatoriales, sino que en su esencia racista y clasista siempre ha visto al otro, a las mayorías, al pobre, al negrito, al marginal, como un enemigo del rubio, adinerado, empresario, inalcanzable falso espejo en el que se proyecta su media clase.
Con un dudoso manejo y conocimiento de la información, los opinólogos disfrazados de periodistas le dieron honores y medallas simbólicas a Chocobar. No había salido a la luz aun el video donde se muestra el asesinato y el periodista de La Nación Mariano Obarrio había publicado «El policía Chocobar debe ser reivindicado, condecorado y ascendido. Pero en la Argentina los jueces protegen a los delincuentes y castigan a los policías». El propio presidente ya se había reunido con el efectivo de seguridad, en disconformidad con la justicia, en una clara intromisión de poderes. ¿Dónde quedó la república, la democracia, de la que tanto se rasgaban las vestiduras todo Cambiemos?
Es cierto que en este país la justicia da pena, y aporta al marco de la inseguridad. La puerta giratoria de las cárceles es obra y arte de un sistema corrupto: policías, jueces, abogados, fiscales, corruptos. Pero legitimar el asesinato de un delincuente cuando no era necesario, como un acto de arbitrariedad por parte del efectivo es estar al borde del precipicio institucional.
Chocobar hubiese dio un héroe si luego de correrlo y de dispararle a los pies lo hubiese detenido, y este delincuente hubiese afrontado su destino en la justicia. Hoy la realidad es que Chocobar es un asesino, potencialmente más peligroso que el propio muerto que había apuñalado una decena de veces al turista norteamericano. Él cuenta con un arma y con el aval del Estado por asegurar los casos de gatillo fácil.
“Me enorgulleces que usted sea policía”, lo alentó Mauricio Macri a Chocobar, con la presencia de Patricia Bullrich, la Ministra de Seguridad que había avalado la versión de Prefectura en el crimen de Rafael Nahuel, al contestarle a un periodista “es una fuerza del Estado. Para nosotros tiene fuerza de verdad».
El Gobierno sigue bajando en cuanto a su imagen positiva, luego de la reforma previsional, del caso de Triaca, de los constantes, excesivos e innecesarios aumentos de tarifas. Con índices económicos preocupantes la alternativa que maneja Macri para guiñarle el ojo a su electorado fiel, a su núcleo duro, es poniendo en contraste con las políticas de derechos humanos de la década K donde las fuerzas de seguridad eran mal vistas, y los referentes de Derechos Humanos eran considerados héroes. Hoy, profundizando esa grieta se persigue a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, se reprime hasta el asesinato a los mapuches y a los policías que no cumplen su función de proteger, sino que asesinan según su criterio de lo que es justo y lo que no, se los premia. ¿Por qué actúa así el Gobierno? ¿Por qué no respeta la decisión de la Justicia? ¿Es popular, correcto, justo y marketinero considerar que un ladrón por el hecho de ser tal merece estar muerto? Esto es populismo de derecha, y como dijo alguna vez Mauricio: “se va a acabar el curro de los derechos humanos”. Y así fue.