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Un mundo irreal

Por Gabriel Princip

La influencia de los medios dominantes fue fundamental en las elecciones del 2015 y 2017. Pero además de los medios existen las redes sociales, esas que son capaces de transformar algo virtual, inexistente en una contundente verdad.

El sistema siempre impone su poder a través de las herramientas que  la época le otorgue. En un mundo cibernético donde la religión es la asistencia cotidiana a un Facebook, twitter o cualquier nombre en inglés que se encuentre en una pantalla, las redes sociales son martillo del carpintero. En una palabra, son la herramienta exacta que precisa el poder para que el humano accede al servilismo sin cuestionar ni polemizar.

Una plataforma cibernética realizó una serie de estadísticas sobre la importancia de las redes y manifestó que, en un solo día, la información que se consume en internet bastaría para llenar 168 millones de DVD, se envían 294 mil millones de correos electrónicos, se escriben dos millones de entradas de blog – suficientes para llenar la revista Time durante 770 millones de años-, 172 millones de personas visitan Facebook, 40 millones lo hacen en twitter, 22 millones Linkedin, 20 millones google, 17 millones pinterest, la gente se pasa 4700 millones de minutos en Facebook, sube 250 millones de fotos, ve 22 millones de horas de televisión y películas de Netflix, sube 864 mil horas de video en Youtube, descarga más de 35 millones de aplicaciones y la cantidad de iPhone que se venden supera al de personas que nacen. Todo ello en apenas 24 horas.

Ahora bien, con semejante poder virtual no es difícil transformar la realidad. Entre televisión y redes, más el agregado de radio y gráfica el humano es sometido. No cuesta nada editar una foto, mentir en el Facebook y cambiar un perfil. Si esa acción la repicamos por todas las redes, la  gráfica la hace noticia, la televisión la levanta y en un rato el juez produce una detención sobre un enemigo del gobierno mediante un hecho creíble pero que jamás sucedió. En una palabra, te lavan el cerebro para que creas que lo virtual es lo real y si un presidente trabajó por vos a cambio de millones que se llevó mientras que el actual mandatario denuncia al anterior y a cambio te regala sólo miseria y reformas para el bienestar de la oligarquía.

Hoy en día el 70 por ciento de la población adulta mundial consume redes sociales. Sigmund Freud en Psicología de las masas dijo “los individuos que participan en el fenómeno de masas tienen tendencia a la sugestión, a perder su conciencia moral, de modo que la experiencia de la masa los abruma”.

De esta manera, el individuo transfiere su identidad al grupo. Si se destruye la sensación interna de la identidad real del individuo, se le puede manipular como a un niño. Esta idea coincidía con un informe que entrega el FBI a Durán Barba y bajo esta idea se construyó la campaña.

Hoy sobrepasamos los mil millones de teléfonos inteligentes. El dominio de todos ellos se encuentra en manos de Apple, Google y Microsoft, que tienen el 90 por ciento de la cuota de mercado con sus respectivas plataformas. Son empresas dirigidas por Bilderberg. Mil millones conectados al mundo feliz para siempre. Pero esta experiencia  liberadora se paga cara. Y el precio es la vigilancia.

Bertrand Russell escribió en 1951 en su libro “El  impacto de la ciencia en la sociedad” lo siguiente: “los psicólogos sociales del futuro tendrá varias clase de colegiales en los que se probarán distintos métodos para que tengan la convicción inquebrantable de que la nieve es negra”.

Por eso, ya sabe que el enemigo está dentro de su casa. En el comedor, en la oficina, en los lugares donde uno cree ser libre pero en el fondo sabe perfectamente que el sistema está para que una minoría viva bien con el esfuerzo de una mayoría. Ya sabe, en la tele sólo novelas o fútbol y tener la certeza de que este gobierno solo imposta su democracia porque a pesar de las imágenes, trolls, twits y demás trampas del sistema, su fascismo se detecta a flor de piel. Aunque se vote siempre demuestren ser burros y fascistas y nada más.

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