Por Gabriel Princip
Por lo general, el tema económico es fundamental a la hora de decidir una elección. Quizás los comicios de octubre sean la primera vez en la historia que un gobierno sin un candidato fuerte, con un plan económico anti popular y un archivo que no resiste, sea avalado por el voto mayoritario.
La sociedad toda pasa por una crisis inventada por la derecha y admite que las cosas no están bien, pero en lugar de otorgarle el voto a la corriente que sacó del infierno del corralito en los principios del siglo y en 12 años tuvo un saldo positivo, le otorga su confianza al actual espacio que en dos años endeudó por una centuria, ajusta a diario y diseñó un país donde trabajadores, jubilados y niños sobran.
Explicaciones para este accionar existen y de los más variadas. La oposición coloca el acento en la influencia de los medios dominantes, el oficialismo pretende engañar a sus votantes con un cambio que nunca llega y no llegará. Las famosas inversiones, la consolidación de los derechos y el bienestar general van a llegar el mismo día que la pobreza cero y la unión de los argentinos, o sea el día del arquero.
En el medio quedan analistas y consultores que brindan una explicación según quien sea el cliente. Así podemos citar encuestadores que ven a Massa ganador, otros a Cambiemos y alguno a Cristina. Pero ninguno razona ni explica la raíz del aval a un gobierno de derecha que no concibe una sola buena noticia para las mayorías.
En medio de la campaña, Cambiemos se da el lujo de anunciar fuertes ajustes en el mes de noviembre, al tiempo que se analiza la reforma laboral, o sea, la quita de derechos. Los mensajes que le llegan al ciudadano son todos negativos pero en coincidencia con noticias del ámbito judicial que informan que hasta el perro de Cristina será condenado por el robo de huesos al caniche toy de Susana.
Entonces la raíz del conflicto en la sociedad se debe buscar en el odio que emana de al menos un 50 por ciento de un país que al decir de Perón es “politizado pero no entiende nada de política”.
Observar en las redes sociales mensajes de soldados de clase media avalando a un gobierno que los llevó a la desocupación o le hace difícil su vida a través de los ajustes en impuestos y tarifas, es patético. Escuchar a ciudadano sin formación alguna defenestrar a quien no los ajustó y felicitar a su verdugo es por demás triste y lamentable.
Pero tampoco el odio es todo el problema. Un porcentaje es la influencia de los medios dominantes y otro más que importante es la traición de legisladores peronistas, CGT y compañeros de ruta de los K que disfrutaron de las mieles del poder que les proporcionó el matrimonio K para luego idolatrar a Judas.
En este escenario donde la trampa, la mentira y la traición son el eje importante del mensaje político hacia la sociedad es impensado que esta tenga un comportamiento lógico.
La sociedad llega a las elecciones de medio término con un escenario histórico. Le otorgará validez a un gobierno que la somete, retirará de la competencia por la presidencia a Cristina Fernández, y le dará una oportunidad al justicialismo liberal para que sea alternativa al macrismo. Alternativa que, en el barrio, le decimos plan B de una misma historia. El peronismo en su esencia, o sea aquel que cumple con la soberanía política, justicia social e independencia económica tardará en volver. El responsable de la tardanza será un pueblo que no lucra con su voto y avala a la oligarquía para que empobrezca y entregue al país. Una sociedad que evita darle el voto a aquellos que protegieron la industria nacional porque, según su saber y entender, “se robaron todo”. Por esa razón confunde a Macri con Illia. Avala a quienes son los dueños de la Argentina desde la década del 80´, a quienes los someten haciendo eje en la mentira y aquellos que provocarán un sismo económico parecido al 2001 más temprano que tarde.