Por Gabriel Princip
Históricamente en la mesa de parte de la clase media la frase: “En esta casa no se habla de política, ni fútbol, ni religión” se consolidó en el inconsciente colectivo. No se charla, no se debate de las pasiones argentinas y la pregunta es, ¿por qué? La respuesta simplista es: para no crear polémica, ni discusión alguna. Atado a este pensamiento surge otra frase “el peronismo dividió a la familia”. Y si en los últimos tiempos la palabra es la grieta. Hasta acá, nada nuevo bajo el sol, pero tampoco hay solución alguna a la falta de libertad de expresión familiar.
Bien, no la hay, porque la hipocresía nos invade, la vergüenza nos apresa y la sinceridad se suicida en nombre de la honestidad intelectual
¿Por qué la hipocresía nos invade y se consolida? Porque el militante gorila de la clase media prefiere el silencio, la cobardía de un salario magro y una relación social sin contenido para pasar una vida gris antes que el compromiso social que lo haga rebelde y revolucionario en su ser.
El sueldo seguro, el que va a hacer, el todos los políticos son iguales, el nadie trabaja por nosotros, el por algo será, el en algo habrá estado, el esos vagos que cobran un plan mientras yo trabajo, el a mí nadie me regaló nada, el ¿para qué vas a pagar impuestos si se la llevan toda? y el se robaron todo constituyen los nuevos diez mandamientos de esa parte de la sociedad que siempre elige mal y condena al país entero a su error y al malestar general por años.
Estas ideas la llevan ocultas en su ser y la exponen en la mesa si la orden de no hablar de política no se acató. Pero también arrasan con la vergüenza, la vergüenza de no reconocer su origen social. La mayoría provienen de hogares humildes, o hijos de inmigrantes expulsados por sus países derrotados en guerra que no iniciaron. También en su fuero más íntimo saben que están equivocados y tienen vergüenza de no reconocer su error. Además prefieren estar equivocados, vivir resignados a una vida aburrida antes que reconocer que la equidad es la solución. No quieren la igualdad porque eso permite que asciendan socialmente aquellos que en un tiempo eran sus sirvientas, sus peones, sus changuitos, sus chinitas.
Entonces, la sinceridad se suicida en nombre de la honestidad intelectual en forma diaria. No conviene a su ser reconocer la verdad. Votar a aquellos que le resignan la vida es su preferencia antes que el reconocimiento del error.
Y ahí establecemos la grieta y todas esas frases históricas que el poder impulsó para dividir y reinar. Entonces la pregunta es cual es, si hay, la solución. Explicarla no es difícil lo arduo es aplicarla.
Nadie con algún sentimiento humanista puede avalar a un partido que se ocupe de las minorías y que destrate a los jubilados, a los trabajadores, que le importe nada un discapacitado, que trabaje para el progreso de los ricos y determine la desaparición de las mayorías. Nadie en su sano juicio puede votar a aquellos sicarios de la verdad que colaboran para la disolución de la sociedad toda. Nadie que se llame o considere buena persona. Pero como el club de odiadores existe, como los resentidos tiene decenas de fans apadrinados por la diputada por Punta del Este, como existen malas personas pues bien que los avalen, que los voten pero que caminen por la otra vereda, que se sienten en otra mesa, que dialoguen en otra sociedad de fomento, que creen otro club, en una palabra que armen su sociedad y no tengan injerencia alguna con el resto de la población que constituye una mayoría. La solución a la grieta es la sincera división. La reunión entre pares, las navidades con una parte de la familia , las reuniones con compañeros de la secundaria afines, los asados con compañeros de trabajo que ya son amigos y las charlas con vecinos con pensamientos similares. El resto es chamuyo, es confusión, es odio diario, es malestar, es ser funcional al poder que busca eso y por ahora lo logra. En síntesis, el mal bicho que siga desparramando su veneno por otro sendero de la vida.