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Los líderes nunca mueren-Por Gabriel Princip

Si recorremos en forma imaginaria el mapa histórico político de los últimos tres siglos vamos a encontrarnos con líderes carismáticos, populares, nacionales pero todos unidos por un eje común: la muerte, el exilio o la cárcel.

Nadie recuerda como murieron el general Lonardi, Marcelo T de Alvear, Guido, Levingston  Lanusse,  Castillo, Ramírez, Onganía, Agustín P. Justo y mucho menos Pinochet, Viola, Lindon Johnson o el General Grant. Todos los mencionados se arrodillaron frente a las barbas del sistema. Todos se sirvieron de sus  pueblos. Todos tienen sus estatuas, avenidas y cuadros en los entes estatales. Además, la opinión publicada no los menciona con odio, tampoco los recuerda. Todos tuvieron muertes naturales, pero su extensión en los libros de historia no supera la media página.

En cambio, aquellos que apelamos al bienestar de las mayorías hacemos hincapié en el aspecto romántico de la historia. Nos interesa Espartaco y no Julio Cesar. Establecemos una serie de imágenes en nuestras mentes que se fusionan con una  idea cinematográfica del líder popular que llega al poder con el solo objetivo de cambiar la vida de sus gobernados. De esta clase de líderes, esos que nunca mueren, tenemos decenas de nombres a mencionar pero todos con un final aciago. Entregaron sus vidas por sus paisano y  son recordados en cada cabeza, en cada de corazón de aquellos agradecidos y estudiosos de la realidad y la historia.

En nuestro país podemos citar a Moreno que sus ideas revolucionarias fue asesinado por  el poder de la época. Más tarde, existió un Manuel Dorrego que con ideas democráticas fue fusilado por su amigo el agente inglés Lavalle. Belgrano que supo morir temprano y pobre. San Martín, que antes que ser asesinado por Rivadavia tuvo que exiliarse. Ni hablar de Rosas que demostró su patriotismo combatiendo al enemigo inglés y francés y estableciendo un modelo económico nacional y proteccionista.  Pero fue derrotado por su ex amigo Urquiza, un federal reconocido por la oligarquía porque traicionó al restaurador. Rosas terminó exiliado. El poder reconoce a los miserables como Saavedra, Lavalle o Urquiza con monumentos y calles en cambio no hay una cortada siquiera  dedicada a Rosas, muy poco Dorrego y  Moreno. Eso sí, la avenida más larga del país tiene el nombre del primer entregador.

Eran tiempos de unitarios y federales,  épocas donde el luchador del interior era considerado un asesino, un bastardo. Era un traidor porque luchaba por los suyos. Por mencionar algunos citemos a: Felipe Varela, el Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga. Más cercano en el tiempo. En la vereda de enfrente,  Mitre, Sarmiento y Avellaneda poblaron los libros de historia. El sistema los reconoce con monumentos y feriados pero el corazón popular no olvida al agente Mitre y su traición a América Latina con la guerra contra el Paraguay, al discriminador Sarmiento y menos aún al oligarca Avellaneda.

Menos se olvida a Roca y su campaña al desierto o sus presidencias completas de organización, obras y esclavitud. Los originarios que apresaba y luego los publicitaba en el diario La nación para entregarlos gratuitamente a las grandes familias los trocó por trabajadores con magros sueldos cuando era presidente. Les cortaba las orejas a los indios en una época y en el siglo XX les cortaba la esperanza a las mayorías. Eso sí, todo organizado y con obras grandilocuentes para el comentario de la clase decente.

Pasó la oligarquía por el poder y sólo encontramos romanticismo en los anarquistas, y el peludo Yrigoyen quien muere pobre luego de ser destituido y apresado. Llegó Perón que declaró la independencia económica, y el imperio no lo perdonó. Nos dio derechos junto a Evita, pero la oligarquía se jacta de la muerte de Eva y de las persecuciones peronistas.

Perón terminó en el exilio. Vino la fusiladora que se encargó de darle una sonrisa al oligarca, pasó Frondizi y terminó apresado. Llegaron militares y serviles, todos libres. Volvió Perón con el tío y se hizo la noche, 30  mil desaparecidos. Llegó Alfonsín y Magnetto dijo “basta para mí” y se fue antes de terminar el mandato. Pasaron Menem,  De la Rúa, Duhalde y los cinco grandes del buen humor y demostraron cuan serviles son al poder. Llegaron los K y otra vez el pueblo en las calles.

Alegría, emoción, cultura, crecimiento, pobres con calidad de vida, clase media con coche nuevo y viajes y  clase alta con más ganancias pero enojada, mal humorada, la razón: no se bancó un pobre de vacaciones. Por eso retornó la oligarquía, sostenida por el imperio y el capital de las corporaciones. Otra vez somos un país normal. Triste, pobre, gris, pero normal para aquellos que detentan el poder, es decir, donde el rico disfruta y el pobre sufre.

El país de Roca, de Sarmiento, de la década infame, de la fusiladora, de la década del 90´. La colonia gorila, donde solo sufren las mayorías para alegría de las minorías.  Una colonia  que se olvidó de los próceres de las  clases altas. Pero la memoria colectiva hacia los líderes populares no se pierde, muy por el contraria cada día están más presentes. Imposible dejar de lado la figura del libertador  San Martín, Belgrano,  Rosas, Perón, Néstor, Cristina y Evita. Son pocos, todos se entregaron al pueblo y este no los olvida porque no cambia de idea. Ellos son pueblo, amor y paz, son los líderes que nunca mueren. El resto, sólo serviles de una ignorante oligarquía.

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