Por Gabriel Princip
La Confederación General del Trabajo es la máxima institución de referencia de los trabajadores, no por ello es inmaculada y virgen de conflictos, sino todo lo contrario. Sus tensiones internas tampoco son nuevas y sus olvidos del campo laboral, tampoco.
Ya en 1935 se produce la primera división cegetista. Fue importante durante la gesta peronista y cuando invadió el país la revolución fusiladora, un triunviro socialista condujo los destinos de los trabajadores más pensando en el gobierno que en sus afiliados. En los sesenta estuvo Ongaro pero también Vandor. En los finales de los 70´ Saúl Ubaldini fue un símbolo, pero también fue visible Jorge Triaca. Barrionuevo y Moyano son la cara obrera de los 90´ y primeros años del siglo XXI, la pregunta que le cabe a los dos dirigentes es: ¿En qué tiempo fueron peronistas? Hoy un triunviro desgastado maneja la CGT, atrás sigue Barrionuevo y una serie de gordos que pierden más tiempo en acrecentar su patrimonio que en el bolsillo de los trabajadores.
El gobierno de Macri se constituye, hasta el momento, en el peor gobierno para las mayorías. El paro nacional viene en camino pero si no existe un plan de lucha asociado todo quedará en aguas de borrajas. El triunviro representa a la CGT pero tiene una imagen muy desteñida frente al trabajador. Estas tensiones internas no son nuevas. Juan José Hernández Arregui en su libro “Peronismo y Socialismo” decía lo siguiente: “Los dirigentes sindicales, dueños del aparato cegetista -sin que esto signifique romper la unidad del movimiento obrero-, deben ser objeto de una crítica permanente. El gremialismo amarillo, desenmascarado y en definitiva, el sindicalismo “oficialista”, aniquilado. Este sindicalismo, aunque se llame peronista, es el único aceptado por los militares conservadores, los partidos coloniales, y por tanto, por el imperialismo. Tales dirigentes y partidos tienen prensa. El peronismo revolucionario no tiene prensa. Si la política sindical, es decir, del partido, queda en el plano “legalista”, los gremios se aburguesan, se hacen “democráticos”. Esa “democracia” es la negación de la democracia. Los dirigentes conciliadores suelen justificar su “dialoguismo”, su “particionismo” con el argumento baboso del “realismo” político. Este realismo político es mero oportunismo. Y la cuestión decide en sus términos reales el sentido que debe dársele a la unidad del movimiento obrero. Las masas unidas en una central única de trabajadores son un instrumento formidable contra la clase dirigente y el imperialismo. La unión del movimiento obrero es, pues, la base de la revolución nacional. Pero hay que denunciar, inexorablemente, el oportunismo, el aburguesamiento de sus dirigentes al servicio directo o indirecto del imperialismo, que desde hace años, realiza en la Argentina y en todos los países hermanos una vasta operación de intoxicación ideológica bajo el manto de las escuelas sindicales, planes de vivienda obrera a los grandes gremios, becas al extranjero para una mentida capacitación sindical que son formas encubiertas del soborno y embotamiento de la capacidad combativa de los dirigentes sindicales. La lucha por reivindicaciones inmediatas no basta si a ello no se asocia la conciencia revolucionaria. El proletariado argentino debe elevarse por encima de sí mismo y representar los intereses de la nación entera, tomar conciencia de su papel conductor sobre las demás clases, que también, en casos particulares, resisten el coloniaje, pero con la limitada visión de la pequeña burguesía. La importancia de la clase trabajadora exige que el peronismo, partido del proletariado nacional, encabece y realice los postulados de una política propia”.
Esta es la opinión de un soldado de la causa nacional en los confines sesentistas. Pasó el tiempo pero las miserias e intereses mezquinos se actualizan sin posibilidad de vencimiento alguno.
El paro finalmente se realizará pero con la forma de compromiso hacia las bases y guiñándole un ojo al poder para que todo cambie para que nada cambie. Más que nunca el pueblo trabajador está en peligro y como consecuencia de ellos las PYMES, los jubilados y la infaltable clase media.
Los líderes cegetistas no piensan en un plan de lucha. Sus intereses son diferentes a los de los trabajadores quizás más parecidos a los intereses oficialistas. Por eso es la hora de las bases, del reclamo del afiliado para que su jefe no sea funcional a la oligarquía. Es la hora del pensamiento nacional, de la unidad para el bien común y que este gobierno termine siendo una anécdota en la historia argentina y no el responsable de la reforma laboral y el empobrecimiento total de la nación.
Por eso no seamos funcionales al poder y apoyemos a todo dirigente que defienda a los que menos tienen, a los desposeídos, en una palabra a los peronistas de alma y no a aquellos que utilizaron al movimiento como marca para sus pingues negocios. Hoy es la hora de los pueblos.