Exposición macabra: reaparece un libro encuadernado en piel humana
Este hallazgo te dejará sin palabras: reaparece un libro encuadernado en piel humana tras décadas olvidado en un museo inglés, revelando el lado más oscuro del siglo XIX

En una sencilla oficina del museo Moyse’s Hall, en Bury St Edmunds (Suffolk), descansaba un libro tan aparentemente ordinario como cualquier otro. Entre lomos de cuero gastado y páginas amarillentas, su aspecto no despertaba sospechas. Pero tras una reciente revisión de los archivos del museo, el volumen cobró un protagonismo inesperado: estaba forrado, literalmente, en piel humana. El hallazgo, insólito y escalofriante, ha devuelto a la actualidad una de las historias criminales más impactantes del Reino Unido del siglo XIX, la del asesinato del Red Barn, y ha puesto nuevamente en el centro del debate la práctica de la Bibliopegia antropodérmica, o encuadernación con piel humana.
La pieza hallada tiene una procedencia tan siniestra como documentada: los restos de William Corder, el autor del asesinato de Maria Marten en 1827, un crimen que estremeció a la Inglaterra georgiana y fue explotado hasta el agotamiento por la prensa y la cultura popular. El libro se suma a otro volumen similar que ha estado en exposición desde la década de 1930 en el mismo museo, convirtiendo a este caso en uno de los pocos conocidos en el mundo con doble representación de este tipo de encuadernación.
El crimen del Red Barn: un caso de fascinación pública
El asesinato de Maria Marten en el llamado Red Barn no fue solo un crimen pasional, sino un fenómeno mediático de su tiempo. William Corder, un joven de buena apariencia, prometió a Maria huir juntos para casarse en secreto. Pero la llevó a una trampa mortal. Su desaparición y posterior hallazgo —supuestamente gracias a los sueños premonitorios de su madre— convirtieron el caso en un relato perfecto para la prensa sensacionalista, el teatro popular y las baladas callejeras. Era la historia de un amor prohibido, traición y justicia, envuelta en un barniz de misterio que el público devoró con voracidad.
Tras su captura, juicio y ejecución pública en 1828, el cuerpo de Corder fue sometido a disección como castigo añadido, un procedimiento que entonces se aplicaba a criminales notorios como escarmiento. La piel fue extraída por el cirujano George Creed, y parte de ella utilizada para encuadernar una copia del relato del juicio. La reciente reaparición de un segundo libro, cuya existencia había quedado sepultada en los archivos del museo durante décadas, aporta una nueva dimensión al caso. Es probable que ese segundo volumen fuera realizado con fragmentos restantes y regalado a un allegado del médico, una costumbre más común de lo que podría imaginarse hoy.
Aunque hoy pueda parecer aberrante, la práctica de encuadernar libros con piel humana fue, en ciertos círculos, una expresión de autoridad, de conmemoración o incluso de respeto (por retorcido que suene). En Europa, especialmente entre los siglos XVIII y XIX, los médicos forenses y cirujanos más prominentes veían en esta práctica una forma de preservar el cuerpo del condenado o del donante anónimo como parte del legado científico.
En el caso de criminales como Corder, se trataba de una forma de prolongar su castigo más allá de la muerte, asegurando que su historia —y su cuerpo— se conservaran como advertencia permanente. Los libros con estas encuadernaciones a menudo contenían relatos judiciales, confesiones o estudios médicos, y eran piezas codiciadas por coleccionistas de rarezas, médicos y bibliotecas de anatomía. Aunque escasos, todavía hoy existen varios ejemplares en bibliotecas universitarias y museos, y algunos han sido objeto de pruebas forenses para confirmar su autenticidad.
La vida secreta de un libro y su redescubrimiento
El segundo volumen encontrado en el museo no formaba parte de ninguna exposición. A pesar de haber sido donado hace más de 20 años, fue almacenado junto a otros libros sin catalogar adecuadamente. Su descripción ambigua en los archivos y la falta de una investigación formal sobre su procedencia contribuyeron a su largo olvido. Solo una revisión reciente del inventario permitió a los curadores detectar algo inusual y rastrear su posible vínculo con la historia de Corder.
A nivel físico, esta segunda copia se diferencia de la primera: la piel humana solo cubre el lomo y las esquinas del volumen, un detalle que sugiere una reutilización parcial del material original. La similitud estética con el primer libro, así como la conexión con la familia del cirujano, refuerzan la teoría de que ambos fueron confeccionados con restos del mismo cuerpo. Hoy, ambos ejemplares se exponen juntos en una vitrina especialmente diseñada, con indicaciones claras para los visitantes que deseen evitar esta parte del recorrido.
El resurgimiento de este objeto histórico ha vuelto a colocar en el centro del debate una cuestión aún no resuelta: ¿deben los restos humanos ser exhibidos en museos? ¿Hasta qué punto su valor educativo o histórico justifica su exposición? En muchos museos del mundo —incluyendo el Smithsonian y el Museo de Historia Natural de Londres— se han revaluado sus colecciones, retirando o reconceptualizando la manera en que muestran partes humanas.
El caso de Moyse’s Hall resulta particularmente interesante porque se sitúa en el límite entre la historia del crimen y la historia médica. No se trata de una momia milenaria ni de restos indígenas descontextualizados, sino de un objeto creado dentro de una cultura moderna, en un país europeo, con fines punitivos y divulgativos. Y es esa proximidad temporal lo que hace que resulte aún más perturbador.
Al mostrar los libros junto a objetos del siglo XVIII y XIX relacionados con el castigo y la medicina, los curadores del museo pretenden ofrecer un marco contextual que ayude a entender el porqué de su existencia. No se busca el morbo gratuito —aunque este sea inevitable para muchos visitantes— sino la reflexión sobre cómo la sociedad ha tratado el cuerpo del criminal y la manera en que se ha representado la justicia a lo largo del tiempo.
Lo que no esperas encontrar en un museo de historia local
Este hallazgo nos recuerda que los museos son mucho más que vitrinas de lo antiguo. También son lugares donde los relatos olvidados pueden regresar, donde lo insólito aguarda tras las portadas gastadas de libros aparentemente normales. Y sobre todo, donde la historia, con toda su complejidad y sus sombras, sigue latiendo bajo capas de polvo y silencio.
El libro de piel humana redescubierto en Suffolk no es solo una rareza del siglo XIX. Es un símbolo de una época que convivía con la violencia, la ciencia emergente y un sentido del espectáculo que nos resulta tan familiar como inquietante. Al exponerlo, el museo no solo recupera una pieza perdida: nos obliga a mirar de frente una parte incómoda de nuestra historia común.