
Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, pero ¿A qué huelen? ¿Qué exótica y
penetrante fragancia se mezcla con las moléculas del aire y se impregna en la superficie
porosa de sus baldosas y paredes? ¿Qué olor nauseabundo se expande cual brisa tóxica
sobre la Ciudad transformándose en un nuevo contaminante del ambiente?
Recorrer las calles de Buenos Aires es sin duda una experiencia rica en matices. El tango que se
escucha desde un bar, el aroma a café en las esquinas, de los puestos de flores, parques y
plazas, del clásico choripán de cancha, las tradicionales pizzerías o la vibrante vida cultural. Sin
embargo, en medio de esta riqueza, hay un problema que golpea con fuerza a los porteños y
que lamentablemente, se ha vuelto parte del paisaje urbano: el nauseabundo olor a desechos
líquidos humanos que ya no emana de algunas callecitas, sino también de avenidas
importantes y contenedores de basura. Este fenómeno, más que un simple inconveniente
olfativo, es el reflejo de una crisis social que no podemos seguir ignorando.
La creciente presencia de personas en situación de calle en Buenos Aires ha llevado a que
muchas de ellas busquen refugio no solo en rincones oscuros y olvidados de la Ciudad, sino
también en barrios tradicionales como Recoleta, Centro, Palermo y Caballito. La falta de
acceso a servicios básicos, como baños públicos dignos, se traduce en una lucha diaria por la
supervivencia, que generalmente se manifiesta en la falta de higiene personal. Al pasear por
ciertos barrios, el olor se vuelve tan penetrante que se convierte en un recordatorio constante
de una realidad que preferimos no ver.
Se suele culpar a la crisis económica de 2001 como el principal detonante para que una nueva
especie faunística surja como la expresión socialmente reconocida del desempleo y la
exclusión, de la cual una parte reside en villas de emergencia gozando ya por generaciones del
beneficio de cobrar un Plan y el resto vive a la intemperie a la buena de Dios. Esta situación
nos confronta con la cruda realidad de la desigualdad en la que vivimos. Mientras algunos
disfrutan de la vida nocturna en Palermo o del arte en San Telmo, otros se ven atrapados en un
ciclo de abandono y desesperanza. Este contraste no solo es moralmente inaceptable, sino que
también afecta la calidad de vida de todos los ciudadanos.
La responsabilidad de abordar este problema, tras décadas de desidia y de fomentar la
pobreza no recae únicamente en el gobierno actual, es un desafío que involucra a todas sus
estructuras. Las políticas públicas deben ser efectivas y humanas, ofreciendo no solo refugio,
sino también soluciones integrales que aborden las causas subyacentes de la pobreza y la falta de vivienda.
Pero, más allá de las medidas institucionales, necesitamos más educación, más trabajo y un cambio de mentalidad colectiva.
Solo así podremos transformar el olor nauseabundo de la indiferencia en el aroma
esperanzador de un futuro mejor para todos los porteños. Mientras tanto, todas las mañanas
al concurrir a mis tareas laborales tránsito por esas veredas malolientes de orina y personas
sucias, esquivando las heces caninas y saltando los ríos color ámbar.
Francisco Manuel Silva
frsilva50@gmail.com