
Celebramos un nuevo aniversario de haber cortado el yugo colonial de la corona española un día como hoy pero de 1816. Pasaron 202 años, pero sin embargo la libertad no está asegurada.
Por Wally Crock
Ni siquiera hay que reflexionar sobre tanto tiempo, en escasos dos años pasamos de dedicarle un sentido homenaje al querido rey en el 2016 a la nada. El recién asumido Presidente argentino en ese entonces, tenía en sus manos un hecho histórico otra centena de años desde el hito fundacional de nuestra patria. La vara había quedado alta desde el festejo en el 2010 del 25 de mayo, orquestado por la presidenta Cristina Kirchner.
Quizá no lo recuerde pero el Gobierno asumió con la promesa de ser el cambio, y por ello, todo lo que estaba distante del oficialismo anterior (aunque no guste) era bien recibido. Por eso será que en su primer festejo de la independencia en el Ejecutivo, Macri dispuso un desfile militar que entre sus filas contaba con carapintadas.
En ese momento Ricardito Alfonsín, aliado del Gobierno, dio un tímido repudio.
Dos años más tarde, las fuerzas debilitadas por compartir bases aéreas con empresas privadas de aviación, y terrestres con fuerzas de otros países.
La misma que educó oficiales para perderlos en el mar, y que en Asamblea Legislativa su comandante en jefe dijo que iba a convertir “Campo de Mayo” en un espacio verde, ya no piensa en festejar.
Por costumbre realiza un pálido festejo, más flaco aún que aquella queja de Alfonsín recién mencionada.
202 años atrás muchos diputados en Tucumán estaban predispuestos a discutir cosas banales, el sexo de los ángeles. Eso sumado a todas aquellas provincias que se negaron a mandar representantes, por distintas cuestiones intestinas en la naciente región.
Sin embargo, otros que contaban con el apoyo de líderes como Belgrano y San Martín quienes habían puesto el pecho a las balas realistas sabían que el momento era ese para culminar con la imposición imperial.
Cuenta la historia, que finalmente un 9 de julio se votó la Independencia con Laprida (un representante sanjuanino) en la presidencia de esa jornada en el Congreso de Tucumán.
Uno inmediatamente propuso festejar el hecho la noche siguiente, una fiesta que reunía a las familias patricias del lugar, pero sin embargo fue el pueblo el que se manifestó ese mismo 9 a las puertas de dónde se levantaba un nuevo país. Inequívocamente el pueblo es el que da el principio a la patria, ni son los diputados que en muchos casos preferían dilatar la discusión hasta vaya uno a saber cuando, pensando también que Fernando ya estaba en el trono español y las fuerzas realistas cercas.
De seguro que a ellos no les iba a afectar tanto ser colonia, pero si al pueblo. El mismo pueblo que tres años antes, y gracias a una Asamblea revolucionaria tenía libertad de vientre, y símbolos propios y patrios.
El tiempo pasó, y la corona cambió. El súbdito británico Bernardino Rivadavia (el mismo que pidió que sus cenizas nunca fueran enterradas en Argentina y por obra del destino hoy descansan en Plaza Miserere) dijo en 1826 que era un sin sentido festejar el 25 de mayo, y el 9 de julio por separado porque perjudicaba a la industria.
El mismo argumento gorila de que el día no laborable, feriado, quita productividad. Esto que no es recordado volvió a su normalidad con el restaurador. En 1835, Juan Manuel de Rosas dispuso mediante un decreto que debían desdoblarse los festejos nuevamente.
De los primeros 20 años de historia patria, la mitad no se festejó. Hoy nos toca otra jornada para seguir escribiendo la historia, esa que enriquecieron los hombres y que fue obra del pueblo.
En la actualidad, no cambió mucho la cosa. El festejo es parte de una costumbre, y es el día que el argentino promedio agradece no ir a trabajar, y querer comer locro. Que el diputado prefiere hablar de moralidad, propinas, y alguna otra cosa para llamar la atención y dilatar las discusiones. Por suerte ya no peligra nuestra libertad en manos españolas, pero si nuestra soberanía en garras buitres y fondos monetarios.
Será el pueblo quien salve la patria. ¿Será?
Seamos libres que lo demás no importa.