El próximo 31 de agosto habrá de cumplirse un nuevo aniversario del primer homicidio atribuido a “Jack, el Destripador” (Jack, the Ripper) , ocurrido – igual que los siguientes – en el barrio londinense de Whitechapel, una zona – por aquellos días- poco recomendada para transitar durante las usuales noches de humedad excesiva y niebla densa. Antes de concluir ese año de 1888 el criminal habría de concretar los siguientes destripamientos para – de inmediato – desaparecer dejando a la prestigiosa Scotland Yard en ascuas y cubriendo con un manto de misterio aún vigente el tema de su identidad.
Sobre ello fueron enunciadas diversas hipótesis. Que se trataba de una personalidad de la realeza inglesa enfermo de graves trastornos mentales por lo que debió ser ocultado. Que era un destacado maestro masón a quien sus hermanos de fraternidad decidieron eliminar. Que era un médico que atendía a los miembros de la realeza por lo cual consiguió inmunidad y secretismo para sus crímenes.
Lo concreto es que fuera quien fuere el que se ocultaba bajo el seudónimo de Jack, consiguió burlar a las autoridades y desaparecer por siempre de la escena.
Una de las posibilidades que se esgrimen para explicar esto nos resulta especialmente curiosa a los argentinos. Se trata de la que sostiene que el Destripador consiguió abordar un barco de aquellos cargueros que se despachaban con frecuencia hacia el puerto de Buenos Aires para, una vez arribado a ese destino, instalarse en la porteña ciudad y residir allí hasta su muerte. Es lo que se ha dado en llamar “la pista de Buenos Aires.”
El primero en exponer esta idea fue el inglés Leonard Warburton Matters quien lo hizo en su libro “El misterio de Jack el Destripador” publicado en 1929.
Matters vivió algunos años en la ciudad de Buenos Aires cumpliendo funciones de periodista en el diario “The Buenos Aires Herald” (precisamente el que ha dejado de editarse hace pocos días) lo que le permitió obtener informaciones a las que otros no tuvieron acceso y para que tomaran definitivo estado público decidió escribir su libro.
Esto puede parecer una simple fabulación. Pero, como enseguida veremos, no fue el único que tuvo este convencimiento. A más abundamiento hemos de decir que – basándonos en fuentes bien informadas, varias y coincidentes – se puede afirmar que en los primeros años del siglo XX llegaron a estas costas dos detectives de Scotland Yard con la única finalidad de encontrar a Jack y llevarlo a Londres para ser enjuiciado. Con esto la tradicional entidad policial buscaba lavar su honor herido.
Pero sigamos con quienes afirman la existencia de la pista de Buenos Aires. En 1972 el periodista británico Daniel Farson publica que Jack – una vez instalado aquí – tuvo una tranquila existencia, habiendo sido el propietario de un bar sobre la calle 25 de Mayo, llamado Sally´s Bar. Hay que destacar que – por aquellos tiempos y hasta pasada la primera mitad del siglo XX – esa calle, situada en “el bajo” de la ciudad, muy próxima al puerto, contaba con numerosas cantinas a las que por las noches concurrían prostitutas en busca de marineros y gente del hampa que eran su habitual clientela. Peculiar situación para alguien que dedicó unos meses de su vida a descuartizarlas.
Por otro lado, el historiador Enrique Mayochi confirmó que existió, por las fechas que indica Farson, un local con el nombre de “Sally´s Bar.”
En la misma línea de investigación se manifestó Juan-Jacobo Bajarlía, el siempre recordado poeta, escritor, ensayista y criminólogo argentino de quien tuve el honor de ser discípulo y amigo.
La primera publicación al respecto, hecha por Bajarlía, fue en la edición de febrero de 1976 en la revista Ellery Queen´s Mystery Magazine. En la misma, el criminólogo argentino explica la manera en que llegó a la conclusión de que el asesino había sido Alfonso Maroni (o Alonso Maduro) – financista argentino que durante los hechos de Whitechapel había vivido en Londres. El Destripador habría muerto a los 75 años de edad durante 1929 por enfermedad. Me permito señalar la “coincidencia” de que fue en ese mismo año cuando Matters decide publicar su historia en Londres. ¿Acaso porque ya conocía que Jack estaba muerto, enterrado con un nombre desconocido en aquel puerto al sur del mundo y, por lo tanto, en nada podía afectar al asesino?
Bajarlía precisa que Jack había fallecido “en un hotel de la calle Leandro N. Alem (hoy Plaza Roma), durante una mañana lluviosa de octubre de 1929.”
Posteriormente el criminólogo continuó sus indagaciones, las que fueron publicadas en páginas centrales del matutino porteño Clarín, en la revista libro mensual “Magazine” y varias otras.
Las tesis de Bajarlía alcanzaron tanta difusión que, me comenta un amigo, estando en Londres decidió hacer la visita guiada para turistas donde se visita el barrio de Whitechapel en particular donde el Destripador cometió sus crímenes. Preguntado por el guía de dónde venían, al decir “de Buenos Aires” de inmediato el hombre les respondió “Oh, yes… Alfonzo Maduro.”
Hay una historia más que cabe agregar. La relata el profesor universitario y escritor contemporáneo Juan José Delaney. Involucra al sacerdote irlandés Alfred Mac Conastair (quien falleció en 1997) que fuera capellán del Hospital Británico situado en la ciudad de Buenos Aires durante la segunda década del siglo XX. Precisamente en los tiempos que se atribuye la presencia porteña del Destripador.
Explica Delaney que, durante una conversación realizada en 1989, Mac Conastair explicó a Delaney que guardaba un delicado secreto de otro sacerdote de su misma congregación, la pasionista. Ese sacerdote, fallecido hacía ya años, había recibido la confesión de un moribundo quien dijo ser Jack el Destripador y que había cometido los crímenes en venganza por la muerte de su hijo debida a una enfermedad contraída en su trato con prostitutas. Había sido enterrado en el Cementerio del Oeste (hoy “de la Chacarita”); aunque no especifica que se refiere al Cementerio Británico.
Cabe destacar que ésta explicación del porqué de los asesinatos es la misma que Matters indica en su libro de 1929 y atribuye a un médico al que se refiere con el seudónimo de “Dr. Stanley.”
Para finalizar, dos comentarios que me hicieron reconocidos periodistas contemporáneos al interrogarlos sobre la posibilidad de que el Destripador hubiera vivido y fallecido en la ciudad de Buenos Aires.
Andrew Graham Yooll (ex director del Buenos Aires Herald, periodista y escritor) señaló: “No me extraña en absoluto. Por aquellos tiempos todo pillo pensaba en venir a Buenos Aires a ocultarse para siempre.”
Samuel “Chiche” Gelblung fue mucho más concluyente: “¿Quién no conoce que el Destripador estuvo aquí? ¡Eso lo sabemos todos!”